Varias noches por semana, Eduardo
llegaba a la casa de Luis para disputar fanáticas partidas de ajedrez.
Eduardo era poeta, radioaficionado,
constructor.
Luis era policía federal retirado,
lector de Oscar Wilde, Chesterton, Dumas, Poe, Blake, Lovecraft, Salgari,
Verne, Dickens, Ingenieros, Scalabrini Ortiz, Arlt, y el intendente del Country
Club Longchamps.
Los dos eran cónyuges de mujeres
con serios problemas de salud. Los dos eran peronistas y acunaban madrugadas
soñando el regreso del Líder, exiliado por la sombra gorila.
Eduardo era fanático de una causa
pueblerina: “Longchamps, Cuna de la Aviación Sudamericana ”.
Y, como todo profeta, predicaba constantemente
su evangelio personal a su amigo entrañable.
Luis lo escuchaba y sonreía pues el
vuelo de Breggi – fuera o no el primero de sudamérica – le parecía algo sin
importancia. Vivir en Longchamps era para él cumplir dos sueños: tener su casa
propia en la región - que su bisabuelo James Cathcart recorrió desde 1825 cuando
llegó de Escocia para fundar la
Colonia de Monte Grande - y curar a su primogénito de la
sinusitis asmática.
Para su amigo, jugando al ajedrez,
logró que los directivos del Country – adaptación de la diplomacia veneciana a
estos pagos de renegridos, zorzales y calandrias - alzaran un monumento al Gorrión de Tela que
voló por nuestro aire de pureza impar.
Eduardo García lo construyó y en la
gran fiesta inaugural participaron aviadores y muchas caras extrañas, esas que
se anotan para iluminar las pompas de jabón.
Cuando miro la hélice ausente – y
olvidada - recuerdo a mi viejo y la verdadera historia del símbolo sometido a
la impudicia de lo cotidiano y el no lugar y a los conocidos advenedizos de
siempre.
Guillermo
Compte Cathcart
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