- Cuando llegue el instante, enfrentarás un bosque totalmente
oscuro, cegado a tus ojos, inútiles, sólo te guiarás por tus sentimientos, por
tus instintos.
Lo miré y no dije nada.
Siguió tomando su té y con la mirada me preguntó si quería
seguir escuchando.
No contesté.
Recordé los años de religión, la filosofía
medieval, la historia de los cruzados, a Gregorio VII y su revolución
maravillosa, a Desiderio, a Bohemundo, al lejano Cassian y a San Patricio, San Andrés y San Jorge.
En
ellos nunca encontré ese reino sombrío que debía enfrentar con mis olvidados
hábitos de supervivencia. Yo, un esclavo del pánico, un hijo de la cultura
inútil, sometido a la bestial prepotencia de la naturaleza. Me sentí perdido y
asustado.
El viejo, mi padre, comprendió por esa extraña sabiduría druida
que lo acompañó durante toda su vida, mi estado de confusión, de temor, de
inseguridad.
- Está en tus genes – dijo con voz serena – encontrarás el
camino correcto. Después llegará el valle y más allá encontrarás el río sin fin
y en la orilla, la nave, conmigo y tus ancestros más cercanos como remeros. Y
juntos recorreremos cada una de los pueblos en los cuales vivió nuestra estirpe
y pasaremos la eternidad aprendiendo sus lenguas y sus costumbres.
Terminó de beber, se levantó sin decir nada más y se fue a
la cama.
Afuera, la luna de Agosto iluminaba la calle sin luces.
Debajo de los árboles estaba Ella, la pelirroja de ojos
color celeste de hielo, la hermosa valkiria de gesto fiero.
Y la brisa me trajo el lamento triste de la Banshee...
Guillermo Compte Cathcart
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