No suelo explicar ni los tankas ni los haikus.
En este caso lo hago como homenaje a la familia Loschiavo, mis amigos de la infancia, que llegaron a Longchamps apenas terminó la guerra.
El hermano mayor soñaba con las bombas y las balas de su juventud en las cercanías de Montecasino cuando los aliados atacaron a las fuerzas alemanas.
Ni el aire tranquilo ni las noches silenciosas apagaron esos ecos malditos.
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