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viernes, 3 de julio de 2015

La Leyenda de Jorge Ernesto Pérez Millán Temperley: De “La Patagonia Rebelde” a “Pandillas de Nueva York”

¿Quién era Jorge Ernesto Pérez Millán Temperley?
Cuando se publiquen los ensayos agrupados bajo el título: “Pérez Millán, Poeta y Justiciero”, muchos argentinos tendrán acceso a la historia “completa” de los eventos de la Semana Trágica y los levantamientos de la Patagonia.
Así, podrán comprender a este auténtico héroe popular cuya acción retributiva fue cantada y recitada en coplas y versos en reuniones familiares de todas las clases sociales, en  encuentros de los dirigentes y militantes radicales, en  cuarteles de las fuerzas armadas, en  comisarías, escuelas,  conventillos,  pensiones,  casas alquiladas y las viviendas más humildes porteñas, y en las rondas infantiles, por más de dos décadas, a partir de 1924.
Como sucedió con las letras del tango – Enrique Santos Discépolo fue el ejemplo indiscutible – la nueva realidad del Peronismo hizo innecesarios – a partir de 1943 -  los cantos reivindicatorios del Ser Nacional, porque la mayoría del pueblo comenzó a entonar la Marcha y aquellas coplas se extinguieron de la memoria colectiva.
Los argentinos – especialmente los porteños – que vivieron su niñez y adolescencia durante el primer gobierno de Don Hipólito Yrigoyen tuvieron una interpretación muy particular de los enfrentamientos entre el Estado Argentino y los activistas extranjeros que intentaron realizar su revolución en el territorio nacional.
Esos niños y jóvenes ,“los delantales blancos de Irigoyen”, – hombres y mujeres que protagonizarán el 17 de Octubre de 1945 – eran la primer  o segunda generación de argentinos nacidos de padres inmigrantes, llegados con la gran ola.  Para estos compatriotas, los anarquistas, los marxistas, los socialistas, los alvearistas, el imperio británico y los oligarcas, eran el mismo perro con distinto collar.


Estos argentinos eran el cuerpo colectivo que Scalabrini Ortiz bautizó como “El Hombre que esta solo y espera”.
El Coronel Varela y su vengador, Pérez Millán,  eran su patria, su idioma, su bandera, su futuro y no el pasado cocoliche que murmuraban sus padres, sus tíos, sus abuelos.
“El Santo de la Espada” y  “El Hombre Mediocre” se daban la mano con “El Retrato de Dorian Gray”, “La Isla del Tesoro”, “Sandokán” y el “Martín Fierro”, amalgamando la primera síntesis significativa de aquella patria mestiza de españoles, aborígenes y esclavos africanos con la Babel que bajaba de los barcos para arraigarse, para plantarse en nuestra vasta inmensidad.
Las bibliotecas populares podían ser comunistas, anarquistas, socialistas, nacionalistas, pero los pibes cuando dejaban de leer sus aventuras, volvían a los patios grandes, las galerías y las piezas amuchadas de los conventillos y querían ser argentinos, pertenecer a esta gloriosa nación.
La que las maestras y maestros les enseñaban a amar en la primaria pública y gratuita.
Don Hipólito era el Estado – electo por el recién nacido sufragio universal  – de todos. Él era la personificación, el primer mandatario, el caudillo democrático.
Por vez primera en nuestro país la cosa pública estaba al alcance de la mano de las grandes mayorías, se sentía en las calles y en las veredas, el Estado se podía ver, oír y tocar, había nacido para la gente.
Este contacto haría necesario mantener el órden, el cuidado, la separación dentro de la cercanía, la presencia policial.
El Estado Nacional innecesario e imperceptible - vagamente mencionado en una constitución lejana dictada por la fuerza de las armas en una tierra de caudillos y facciones sometidas a distintas dependencias - que había sobrevivido hasta el centenario, se hizo realidad por el claroscuro del choque inmigratorio, el crecimiento inmanejable de la población urbana, el nacimiento de nuevas generaciones y el surgimiento de un nuevo estilo de conducción política en nuestra sociedad: El Caudillo Estadista.
La importancia de la Policía Federal en el control urbano y en la prevención es un índice muy poco analizado en las construcciones teóricas “tuertas”, es decir, las que hacen hincapié en los reclamos justos de las masas trabajadoras – siempre que compartan la ideología del intérprete - sin tomar en cuenta la necesidad de preservar el Estado naciente.
La Semana Trágica y la Patagonia – rebelde, trágica, sublevada o invadida, según la etiqueta que las distintas ideologías justifiquen - marcan a fuego a la nueva conducción política del país: era necesario tomar decisiones rápidas y eficaces en un tiempo en el cual todos los revolucionarios fracasados de la tierra venían a realizar su revolución en nuestras tierras.
Por propia iniciativa o por mandato de poderes extranjeros, nacionales, estatales o privados.
El anarquista alemán que asesinó al Coronel Varela tuvo que salir de los Estados Unidos y los escritos que lo alaban lo llaman “pacifista”, después de decir que el terrorista usó para el crimen “una bomba y varios disparos de arma de fuego”. En cambio, los disparos de Pérez Millán en la penintenciaría nacional fueron “un acto de fanatismo”.
Si se hiciera un estudio cuantitativo y cualitativo de los anarquistas que actuaron en La Argentina durante las primeras décadas del siglo XX nos llevaríamos una sorpresa: Era la nuestra una tierra ocupada por un verdadero ejército de violentos - ¿al servicio de otros estados? - que jamás obtendrían un reconocimiento popular por el voto.
Pérez Millán murió asesinado bajo un árbol , mientras escribía un poema y esperaba su viaje a París para escapar a la vendetta decretada por la mafia sin patria.
El criminal fue un anarquista demente yugoslavo incitado por otro enfermo mental ruso. Las crónicas tuertas hablan de disparos, la realidad nos dice que fue una cuchara afilada durante mucho tiempo para burlar las reglamentaciones del manicomio.
El poeta justiciero dejó un cuaderno de tapas duras repleto de poemas que fue copiado una y otra vez en las comisarías, en los cuarteles y en los locales de la Liga Patriótica, generando un verdadero culto al heroísmo nacional y popular, borrado de la historia oficial de la antipatria que pretendió hacer – vanamente – de cualquier tirabombas un Sacco o un Vanzetti, dos tanos inocentes que morirían años después en Norteamérica.
En la hermosa “Pandillas de Nueva York” de Scorsese, Abraham Lincoln termina con los levantamientos populares con todo el peso del nuevo estado que nacía con la Guerra Civil:  el bombardeo de Nueva York y el triunfo de la Nación sobre las partes.
(Ver y leer los motines iniciados en los famosos "five points").
En la parcial “Patagonia Rebelde”, el Coronel Varela - Hipólito Irigoyen - acaba con los sublevados de la Patagonia y el estado de revolución permanente en las calles porteñas con el peso de la ley.
Jorge Ernesto Pérez Millán Temperley, sepultado en la Recoleta, fue afiliado radical, combatió en la Patagonia, escribió poemas y cumplió con la Ley del Talión.
¿Fue Pérez Millán un James Bond criollo o uno de los famosos killer de la KGB o la CIA que vemos habitualmente en los productos de Hollywood?
Su sacrificio olvidado, - rescatado por la memoria popular durante décadas - debería persuadirnos de la verdad de las enseñanzas que recomiendan que “dentro de la ley, todo; fuera de la ley, nada”; que “debemos institucionalizar la lucha por la idea”, y que siempre - por sobre toda reivindicación personal - “primero la Patria”.

Guillermo Compte Cathcart

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