Cuando se publiquen los ensayos agrupados bajo el
título: “Pérez Millán, Poeta y Justiciero”, muchos argentinos tendrán acceso a
la historia “completa” de los eventos de la Semana Trágica y los levantamientos
de la Patagonia.
Así, podrán comprender a este auténtico héroe popular cuya
acción retributiva fue cantada y recitada en coplas y versos en reuniones
familiares de todas las clases sociales, en
encuentros de los dirigentes y militantes radicales, en cuarteles de las fuerzas armadas, en comisarías, escuelas, conventillos,
pensiones, casas alquiladas y las
viviendas más humildes porteñas, y en las rondas infantiles, por más de dos
décadas, a partir de 1924.
Como sucedió con las letras del tango – Enrique Santos
Discépolo fue el ejemplo indiscutible – la nueva realidad del Peronismo hizo
innecesarios – a partir de 1943 - los
cantos reivindicatorios del Ser Nacional, porque la mayoría del pueblo comenzó
a entonar la Marcha y aquellas coplas se extinguieron de la memoria colectiva.
Los argentinos – especialmente los porteños – que
vivieron su niñez y adolescencia durante el primer gobierno de Don Hipólito Yrigoyen
tuvieron una interpretación muy particular de los enfrentamientos entre el
Estado Argentino y los activistas extranjeros que intentaron realizar su
revolución en el territorio nacional.
Esos niños y jóvenes ,“los delantales blancos de
Irigoyen”, – hombres y mujeres que protagonizarán el 17 de Octubre de 1945 –
eran la primer o segunda generación de
argentinos nacidos de padres inmigrantes, llegados con la gran ola. Para estos compatriotas, los anarquistas, los
marxistas, los socialistas, los alvearistas, el imperio británico y los
oligarcas, eran el mismo perro con distinto collar.
Estos argentinos eran el cuerpo colectivo que
Scalabrini Ortiz bautizó como “El Hombre que esta solo y espera”.
El Coronel Varela y su vengador, Pérez Millán, eran su patria, su idioma, su bandera, su
futuro y no el pasado cocoliche que murmuraban sus padres, sus tíos, sus
abuelos.
“El Santo de la Espada” y “El Hombre Mediocre” se daban la mano con “El
Retrato de Dorian Gray”, “La Isla del Tesoro”, “Sandokán” y el “Martín Fierro”,
amalgamando la primera síntesis significativa de aquella patria mestiza de
españoles, aborígenes y esclavos africanos con la Babel que bajaba de los
barcos para arraigarse, para plantarse en nuestra vasta inmensidad.
Las bibliotecas populares podían ser comunistas,
anarquistas, socialistas, nacionalistas, pero los pibes cuando dejaban de leer
sus aventuras, volvían a los patios grandes, las galerías y las piezas
amuchadas de los conventillos y querían ser argentinos, pertenecer a esta gloriosa
nación.
La que las maestras y maestros les enseñaban a amar en
la primaria pública y gratuita.
Don Hipólito era el Estado – electo por el recién
nacido sufragio universal – de todos. Él
era la personificación, el primer mandatario, el caudillo democrático.
Por vez primera en nuestro país la cosa pública estaba
al alcance de la mano de las grandes mayorías, se sentía en las calles y en las
veredas, el Estado se podía ver, oír y tocar, había nacido para la gente.
Este contacto haría necesario mantener el órden, el
cuidado, la separación dentro de la cercanía, la presencia policial.
El Estado Nacional innecesario e imperceptible -
vagamente mencionado en una constitución lejana dictada por la fuerza de las
armas en una tierra de caudillos y facciones sometidas a distintas dependencias
- que había sobrevivido hasta el centenario, se hizo realidad por el claroscuro
del choque inmigratorio, el crecimiento inmanejable de la población urbana, el
nacimiento de nuevas generaciones y el surgimiento de un nuevo estilo de
conducción política en nuestra sociedad: El Caudillo Estadista.
La importancia de la Policía Federal en
el control urbano y en la prevención es un índice muy poco analizado en las
construcciones teóricas “tuertas”, es decir, las que hacen hincapié en los
reclamos justos de las masas trabajadoras – siempre que compartan la ideología
del intérprete - sin tomar en cuenta la necesidad de preservar el Estado
naciente.
Por propia iniciativa o por mandato de poderes
extranjeros, nacionales, estatales o privados.
El anarquista alemán que asesinó al Coronel Varela
tuvo que salir de los Estados Unidos y los escritos que lo alaban lo llaman
“pacifista”, después de decir que el terrorista usó para el crimen “una bomba y
varios disparos de arma de fuego”. En cambio, los disparos de Pérez Millán en
la penintenciaría nacional fueron “un acto de fanatismo”.
Si se hiciera un estudio cuantitativo y cualitativo de
los anarquistas que actuaron en La Argentina durante las primeras décadas del
siglo XX nos llevaríamos una sorpresa: Era la nuestra una tierra ocupada por un
verdadero ejército de violentos - ¿al servicio de otros estados? - que jamás
obtendrían un reconocimiento popular por el voto.
Pérez Millán murió asesinado bajo un árbol , mientras
escribía un poema y esperaba su viaje a París para escapar a la vendetta
decretada por la mafia sin patria.
El criminal fue un anarquista demente yugoslavo
incitado por otro enfermo mental ruso. Las crónicas tuertas hablan de disparos,
la realidad nos dice que fue una cuchara afilada durante mucho tiempo para
burlar las reglamentaciones del manicomio.
El poeta justiciero dejó un cuaderno de tapas duras
repleto de poemas que fue copiado una y otra vez en las comisarías, en los
cuarteles y en los locales de la Liga Patriótica, generando un verdadero culto
al heroísmo nacional y popular, borrado de la historia oficial de la antipatria
que pretendió hacer – vanamente – de cualquier tirabombas un Sacco o un
Vanzetti, dos tanos inocentes que morirían años después en Norteamérica.
En la hermosa “Pandillas de Nueva York” de Scorsese,
Abraham Lincoln termina con los levantamientos populares con todo el peso del
nuevo estado que nacía con la Guerra Civil: el bombardeo de Nueva York y el triunfo de la
Nación sobre las partes.
(Ver y leer los motines iniciados en los famosos "five points").
(Ver y leer los motines iniciados en los famosos "five points").
En la parcial “Patagonia Rebelde”, el Coronel Varela -
Hipólito Irigoyen - acaba con los sublevados de la Patagonia y el estado de
revolución permanente en las calles porteñas con el peso de la ley.
Jorge Ernesto Pérez Millán Temperley, sepultado en la
Recoleta, fue afiliado radical, combatió en la Patagonia, escribió poemas y
cumplió con la Ley del Talión.
¿Fue Pérez Millán un James Bond criollo o uno de los
famosos killer de la KGB o la CIA que vemos habitualmente en los productos de
Hollywood?
Su sacrificio olvidado, - rescatado por la memoria
popular durante décadas - debería persuadirnos de la verdad de las enseñanzas
que recomiendan que “dentro de la ley, todo; fuera de la ley, nada”; que
“debemos institucionalizar la lucha por la idea”, y que siempre - por sobre
toda reivindicación personal - “primero la Patria”.
Guillermo Compte Cathcart
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