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domingo, 5 de julio de 2015

Mel Gibson y Santo Tomás


En marzo de 1973 aprobé el exámen final de la materia Historia de la Filosofía Medieval, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, con un hermoso y grandote 10. Un 10 que valía doble porque mis examinadores fueron los grandes cucos de aquella época: El Profesor Terán y María de las Mercedes Bergadá, dos medievalistas de lujo para nuestro país y Latinoamérica.
Había tenido que leer - y releer – de punta a punta, la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino en la versión bilingüe – latín/español – de la BAC (Biblioteca de Autores Católicos), un libro hermoso del cual me tuve que desprender en uno de los tantos momentos de crisis financiera que – de tanto en tanto - padecemos los argentinos comunes y corrientes.
En aquél entonces, mi cuerpo y mi alma pertenecían a una importante empresa y andaba por toda el Área Metropolitana Buenos Aires disfrazado de traje y corbata, cortando cabezas en aras de una mayor eficiencia.
Ser gerente en nuestro país es cosa seria, pero más lo es si uno – al mismo tiempo – milita en el movimiento político, social y cultural más importante de nuestra tierra y es un estudiante avanzado de la carrera de Filosofía.
Era un caso evidente de personalidad múltiple: tres tipos en uno.


Cuando en 1974 las asambleas de imberbes pretendían echar a la Bergadá y a Terán de su cátedra y reemplazarlos por dos de ellos para que tomaran los exámenes con el libro de Fannon – “Los Condenados de la Tierra” – sentí bronca e impotencia pues muchos de los Licenciados que hoy se pavonean en cargos públicos muy importantes dieron muchas materias con el mismo texto y ante “examinadores” de paupérrimo nivel académico.
En estos días y ante el silencio evidente de la corporación periodística respecto a la gran repercusión que tuvo entre los católicos argentinos el extraordinario filme de Mel Gibson, “La Pasión”, sentí la necesidad de volver a leer la cuestión 48 de la tercera parte de la Suma donde Santo Tomás examina cómo produce su efecto la Pasión de Cristo, donde responde a la pregunta : - “¿Cómo logra nuestra salvación la pasión de Cristo?”.
Por el modo del mérito, 
Cristo merece la salvación para sí mismo y para todos los miembros de la Iglesia, la recompensa de su sacrificio es la comunión beatífica abierta a todo miembro de la raza humana. Técnicamente, Mel Gibson, construye su relato asegurándose que los espectadores comprendan que la Obra del Hijo de Dios se ordena a un efecto trascendental, mas allá de cualquier persona, gesto o suceso particular presentado en el desarrollo del drama.
El modo de la satisfacción implica la aceptación del castigo, la cruz de las obras difíciles, por eso, la Pasión de Cristo satisface los pecados de la humanidad con sobreabundancia – no olvidemos que es la estrella polar de la práctica sacramental católica – desde el original hasta el último cometido. Cada latigazo del filme es una demostración de la satisfacción, por eso debe ser visto como un acto de amor de quien lo sufre y no como han pretendido los anti-católicos un acto de violencia gratuita para el espectador, violencia que no vieron en “Salvando al soldado Ryan” o en “La Lista de Schlinder”.
El modo del sacrificio provoca la visión beatífica, la unión de Dios y el Hombre. 
Mel Gibson retrata fielmente las distintas actitudes de los testigos del terrible acontecimiento.
Desde la bajeza de la soldadesca romana hasta la mirada dolorosa de los primeros cristianos.
El modo de la redención separa al hombre del pecado. 
Gibson muestra el fracaso del Diablo mostrando el nacimiento de una Nueva Era.
El modo de la causa eficiente destaca la naturaleza divina del sacrificado y el director de “Corazón Valiente” logra una personificación de Cristo inolvidable en la persona del actor Jim Caviezel y en los roles femeninos, una mediación salvífica entre la sangre derramada y los creyentes que inundarán la tierra con la nueva buena: Ha resucitado.

Guillermo Compte Cathcart





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