En marzo de 1973 aprobé el exámen
final de la materia Historia de la Filosofía Medieval, en la Facultad de
Filosofía y Letras de la UBA, con un hermoso y grandote 10. Un 10 que valía
doble porque mis examinadores fueron los grandes cucos de aquella época: El
Profesor Terán y María de las Mercedes Bergadá, dos medievalistas de lujo para
nuestro país y Latinoamérica.
Había tenido que leer - y releer –
de punta a punta, la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino en la versión
bilingüe – latín/español – de la BAC (Biblioteca de Autores Católicos), un
libro hermoso del cual me tuve que desprender en uno de los tantos momentos de
crisis financiera que – de tanto en tanto - padecemos los argentinos comunes y
corrientes.
En aquél entonces, mi cuerpo y mi
alma pertenecían a una importante empresa y andaba por toda el Área
Metropolitana Buenos Aires disfrazado de traje y corbata, cortando cabezas en
aras de una mayor eficiencia.
Ser gerente en nuestro país es cosa
seria, pero más lo es si uno – al mismo tiempo – milita en el movimiento
político, social y cultural más importante de nuestra tierra y es un estudiante
avanzado de la carrera de Filosofía.
Era un caso evidente de
personalidad múltiple: tres tipos en uno.
Cuando en 1974 las asambleas de
imberbes pretendían echar a la Bergadá y a Terán de su cátedra y reemplazarlos
por dos de ellos para que tomaran los exámenes con el libro de Fannon – “Los
Condenados de la Tierra” – sentí bronca e impotencia pues muchos de los
Licenciados que hoy se pavonean en cargos públicos muy importantes dieron
muchas materias con el mismo texto y ante “examinadores” de paupérrimo nivel
académico.
En estos días y ante el silencio
evidente de la corporación periodística respecto a la gran repercusión que tuvo
entre los católicos argentinos el extraordinario filme de Mel Gibson, “La
Pasión”, sentí la necesidad de volver a leer la cuestión 48 de la tercera parte
de la Suma donde Santo Tomás examina cómo produce su efecto la Pasión de
Cristo, donde responde a la pregunta : - “¿Cómo logra nuestra salvación la
pasión de Cristo?”.
Por el modo del mérito,
Cristo
merece la salvación para sí mismo y para todos los miembros de la Iglesia, la
recompensa de su sacrificio es la comunión beatífica abierta a todo miembro de
la raza humana. Técnicamente, Mel Gibson, construye su relato asegurándose que
los espectadores comprendan que la Obra del Hijo de Dios se ordena a un efecto
trascendental, mas allá de cualquier persona, gesto o suceso particular
presentado en el desarrollo del drama.
El modo de la satisfacción implica
la aceptación del castigo, la cruz de las obras difíciles, por eso, la Pasión
de Cristo satisface los pecados de la humanidad con sobreabundancia – no
olvidemos que es la estrella polar de la práctica sacramental católica – desde
el original hasta el último cometido. Cada latigazo del filme es una
demostración de la satisfacción, por eso debe ser visto como un acto de amor de
quien lo sufre y no como han pretendido los anti-católicos un acto de violencia
gratuita para el espectador, violencia que no vieron en “Salvando al soldado
Ryan” o en “La Lista de Schlinder”.
El modo del sacrificio provoca la
visión beatífica, la unión de Dios y el Hombre.
Mel Gibson retrata fielmente
las distintas actitudes de los testigos del terrible acontecimiento.
Desde la bajeza de la soldadesca
romana hasta la mirada dolorosa de los primeros cristianos.
El modo de la redención separa al
hombre del pecado.
Gibson muestra el fracaso del Diablo mostrando el nacimiento
de una Nueva Era.
El modo de la causa eficiente
destaca la naturaleza divina del sacrificado y el director de “Corazón
Valiente” logra una personificación de Cristo inolvidable en la persona del
actor Jim Caviezel y en los roles femeninos, una mediación salvífica entre la
sangre derramada y los creyentes que inundarán la tierra con la nueva buena: Ha
resucitado.
Guillermo Compte Cathcart
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