Responder esta pregunta es establecer una serie de diferencias entre los hombres que sí fueron caudillos populares y San Martín. Si entendemos que un caudillo es el que interpreta lo que el Pueblo quiere y defiende un solo interés, el de ese Pueblo, debemos afirmar que sí, que lo era.
¿Fue tan popular como otros caudillos de su época? No. San Martín fue un caudillo popular “nacional”. Por razones de contacto personal, de ese conocimiento cara a cara, propio de las infinitas y peculiares regiones de nuestro país, era imposible que la gente de todos esos lugares conociera al Santo de la Espada como conocía a “su” caudillo local.
Por eso mismo, era imposible que el creador de la Marina Mercante del Perú conociera las peculiares reivindicaciones de la Patria Chica que cada caudillo local defendía.
Por el hecho de haber “organizado” la guerra contra los españoles era un caudillo “nacional popular” pero distinto al caudillo de Corrientes, La Rioja , Salta o la Banderita. Si comprendemos esta diferencia evitaremos los infantilismos progresistas que quieren hacer de un caudillo provincial un estratega continental y de un estratega y estadista como San Martín un patético militar organizado pero sin ningún contacto con el Pueblo.
Si se conociera la excelente integración estratégica que existió entre Güemes y San Martín no seguiría reinando en los llamados ámbitos académicos la errónea convicción de que el vencedor de Cochrane, “le tenía pánico a las manifestaciones populares porque recordaba los motines de España”.
La pretendida unidad política, administrativa, económica cultural y social del que fuera el Virreinato del Río de la Plata sólo existió en la febril imaginación de quienes creyeron que el pasto era oro. Imaginen cientos de funcionarios de la monarquía con el perfil físico y la misma aptitud intelectual del personaje del Sargento García en la memorable serie de El Zorro.
El hecho concreto de la existencia del Ejército de los Andes – que representaba la posibilidad fáctica de la Revolución de los habitantes de ese llamado virreinato – fue un verdadero milagro y la primer y única expresión de Unidad Nacional de ese mosaico anárquico, fragmentado, que todavía hoy busca un espacio en el cual se encuentren y convivan identidades enfrentadas e intereses irreconciliables.
Se cuentan con los dedos de una mano a los dirigentes argentinos que lograron un hecho de tal naturaleza.
Algunos creen que la Constitución del 53 es una expresión de Unidad Nacional. Puede ser, pero parcialmente. Pues ideológicamente está al servicio del imperialismo anglosajón (europeo y americano). Representa el triunfo de una parte de nuestro país, la embelesada y favorecida por el alineamiento acrítico con aquél poder internacional. En modo alguno, la Constitución del 53 representa por igual a todas las regiones del territorio nacional real. De hecho, permitió que la hegemonía de una pequeña región se impusiera cultural y legalmente sobre toda la Argentina. Por más que la declamación de los expertos sea otra.
El mejor ejemplo de esta supremacía yace como supuesto de la diferencia de los festejos del 25 de Mayo y del 9 de Julio. En Tucumán, por la amenaza de la espada de San Martín, se declaró “la Independencia de España y de toda dominación extranjera”. En Buenos Aires un pequeño grupo de intelectuales y comerciantes quisieron tener las manos libres para hacer buenos negocios con la Señora de los Mares.
La organización del Ejército de los Andes es una epopeya que debería ser estudiada minuciosamente en todas las escuelas primarias y secundarias y en los ámbitos universitarios.
Es un claro ejemplo de gestión. Como se fueron agregando factores dispersos para lograr un objetivo preciso. Hoy, cuando todos estamos cansados de las promesas que nadie cumple y de los gobernantes que no pueden sacarle la punta a un lápiz deberíamos conocer paso a paso los actos de San Martín y no conformarnos con el “verso” de las Damas Mendocinas que donaron las Joyas de la Corona.
Guillermo Compte Cathcart
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