Desde hace tiempo se asocian en nuestro país las palabras
“feriado” y “largo”. A tal punto esta asociación ha sido algo reiterado que
muchos consideran que si no es largo, el feriado no es feriado. Por ello, el 1º de Mayo – más que nada para la minoría privilegiada de los turistas del fin de semana- , será tan solo un día más. Esta pérdida de
contenido sería otra devaluación del
alicaído Ser Nacional que ya está – aparentemente – confinado a la Máscara de
Hierro por la monarquía absoluta de la globalización.
¿Dejó de ser importante el Día del Trabajador? Si esto es
así, las ideas de organización, movilización popular y solidaridad que lo nutren, habrían perdido una
importantisima parte de su contenido revolucionario como herramientas para
hacer efectiva la Justicia Social en todo el planeta.
El Día del Trabajo llegó a ser en nuestro país, al amparo del
gran movimiento político, social y
cultural que nació el 17 de Octubre de 1945, sinónimo de humanidad: “Sólo
existe una clase de hombres, los que trabajan”.
En una sociedad fragmentada por reclamos sociales y
culturales, por el choque de las civilizaciones, por la dictadura omnipotente
de las empresas globales, el futuro es altamente incierto, más cuando las ideas
de organización, movilización y solidaridad han perdido sentido y respeto.
Conmemorar el 1º de Mayo es recordar a los mártires que lucharon para equilibrar el reparto de
los bienes y servicios producidos por la conjunción del trabajo y el capital, que
sólo es posible con el ojo atento y el oído despierto de las manos que
trabajan.
La conciencia de la clase trabajadora no existía en 1789, ni
siquiera durante la Revolución Francesa. Fuera de Inglaterra y Francia tampoco
existía en 1848. Pero en los dos países que se disputaron el mundo en Waterloo
existía desde luego entre 1815 y 1848, y de manera especial en 1830. El término
“clase trabajadora” aparece en los escritos laboristas ingleses poco después de
la derrota de Napoleón (1815) y quizá un poco antes, mientras que en los franceses la
frase equivalente sólo se hace frecuente después de 1830.
En Inglaterra, los intentos de reunir a todos los
trabajadores en sociedades generales de obreros, es decir, en entidades que
superaran el aislamiento local de los grupos particulares de obreros llevándoles
a una solidaridad nacional y hasta quizá universal de la clase trabajadora,
empezó en 1818 y prosiguió con febril intensidad entre 1829 y 1834.
El complemento de la “unión general” era la huelga general,
que también fue formulada como un concepto y una táctica sistemática de la
clase trabajadora de aquél período y seriamente discutida como método político.
Hoy, para trabajadores casi esclavos, la palabra huelga es
sinónimo de mala palabra, más en el reducidisimo ámbito de las pequeñas y
medianas empresas que emplean casi el 90 % de la fuerza trabajadora del país,
donde los empresarios pretenden inculcar la idea de familia, cuando en realidad
desempeñan el papel de padres divorciados que no cumplen con sus obligaciones
alimentarias.
Reflexionar sobre la naturaleza del trabajo en nuestros días
debería ser una materia fundamental para seleccionar a los candidatos en los
distintos partidos políticos. No puede ser que sigamos escuchando discursos
pletóricos de fábricas y chimeneas cuando es prácticamente imposible reiterar
aquél querido y recordado modelo de industria nacional.
Para ayudarnos en esta reflexión – similar a la que emprendió
el Hesíodo de “El Trabajo y los Días” – recordemos a San Martín en su Proclama a los Peruanos de
1819, cuando advierte de los peligros que conlleva la separación de aquello que
debería estar unido. El Héroe reclamó a los indígenas, los esclavos africanos ,
a los criollos y a los europeos de buena voluntad unir los esfuerzos para
lograr la Unidad Americana y no ser víctimas de las potencias extranjeras que
potenciando los intereses de castas nos sometiera a la peor de las
dependencias, aquella que nos extravía de nuestra identidad cultural.
Las nuevas generaciones han perdido la justa valoración del
trabajo y sólo lo consideran un vago fantasma que nunca se presentará por más
que el padre, la madre y los hermanos mayores lo invoquen en vano,
desesperadamente, en las jornadas desocupadas, inundadas de ira. Los más
viejos, deberíamos vestir las armaduras oxidadas, romper las cadenas y
arrastrarlas por los pasillos, para rehacer el mito.
Guillermo Compte Cathcart
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