El Tanka:
Ida y vuelta
primera y segunda
nubes de humo
pase-abonos-boletos
la canción de mi hogar
sintetiza y señala exactamente los cultemas generados por el
ferrocarril durante las primeras décadas de mi vida.
El viejo trencito era un lugar propio, la extensión del
living-comedor, mi otra casa alquilada por tres horas y pico todos los días por
un boleto de cartón duro de colores amarillos, ocres, celestes, verdes y rojos,
que de lunes a viernes se apilaban serenamente para alcanzar el cielorraso de
mi habitación desde la mesita de luz, al lado del velador de los querubines
dorados señalando a distintos puntos cardinales.
Cuando la electricidad reemplazó al carbón y su humo curador
de las sinusitis asmáticas - que ayudaron a colonizar Longchamps -, el viajar
sobre rieles rápidos hizo de mi segundo hogar tan querido un territorio
extraño, uno de los “no lugares” del postmodernismo.
Terminando la sexta década de mi tránsito por el planeta
verdeazul hoy duermo mis viajes en los colectivos que representan el triunfo
rutilante de lo accidental sobre lo sustancial: Uno de los pocos lugares
obligados de encuentro cotidiano – la vieja estación – ha desaparecido de
nuestra geografía existencial. Somos habitantes de un mundo enrejado y sin
diálogo. Espectros que no saben que han muerto aquellos lazos invisibles que
nos unían con el barrio – todos los barrios – de la nueva tierra que
conquistamos con el protagonismo olvidado de nuestros padres en la década del
50, durante la Primer Emigración Porteña.
El Barrio Ferroviario de Longchamps cumplió 50 años el 4 de
Mayo.
Como homenaje al niño que he sido y por los sentimientos de
grandeza que me hicieran sentir aquellos pioneros Señores del Tren – los
primitivos , como los llaman en la sección nueva – concurrí a los festejos del
cincuentenario que organizaron Elsa Soria, Rubén Lafita, Mirta García, José
Belingieri, Héctor Varas, Carmen Bellusci, María Tornau, Gladis Guillermet, Norma
Mazzocchi y Adela Juanoto, unidos por un nombre de acción para la Memoria, para
Hacer Historia: “Vecinos por Festejos”.
Venir de un conventillo familiar en Belgrano R a un jardín
inmenso de 600 metros cuadrados, calles sin abrir y un arroyo torrentoso a la
vera de un camino real, con la sed aplacada por los brazos fuertes de bombear
900 litros todos los días y con amigos que usaban para ir de un lado a otro
caballos medio domados, no era cosa fácil para un chico porteño que daba los
primeros pasos.
Cuando mi razón de los ocho años comprendió el cambio que
representó el injerto de decenas de casas iguales sobre una laguna rellenada ,se
sintió orgullosa de ser – respecto a Longchamps – navegante de las tres
carabelas: El Barrio Ferroviario era el triunfo definitivo de lo urbano sobre
lo rural, el final del viejo pueblo campesino, el planeta lejano conquistado
por las avanzadas terráqueas.
Durante el sábado 8 el concurso de manchas, la exhibición
histórica de fotos y manuales ferroviarios, los escritores del pueblo, la
Procesión de la Vírgen, la actuación del Coro – con una emocionante
interpretación de “Volver” – y la obra “La Máscara” escrita y actuada por Helga
Marske acompañada por Mercedes Conde y Beatriz Schneider – entre otros – y
dirigida por Ricardo Sagarra.
Durante el domingo 9 la búsqueda del mensaje dejado por los fundadores
debajo de la piedra fundamental, durante varias horas de trabajo jóven y
expectativa madura, esfuerzo inútil frustrado vaya uno a saber por qué motivos
tan unidos a nuestra mentada forma de ser: que la leyenda de las monedas de
oro, que la instalación de las redes de gas, que el relleno de la laguna, sólo
pretextos que los presentes no supimos subsanar con un nuevo Mito Fundacional,
con el complot de un mensaje ficticio para hilvanar a las generaciones en una
carrera de postas para mejorar el futuro.
Los 24 años de Mariana Zamora dejaron un rezo en reemplazo
del mensaje perdido: “Los vecinos debemos ser más unidos, más comprometidos y
solidarios”. María Areche, Ana Testa y la Sra. Hansen asintieron – sonriendo –
porque saben que al cumplirse los 100 años del barrio, Mariana hará cavar a sus
hijos y nietos por todo el barrio buscando el cofre del tesoro.
Guillermo Compte Cathcart
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