En una charla reciente un alumno de sexto
grado me preguntó cual era la diferencia entre Haiku y Tanka. Sabiendo que
ingresaba a la movediza arena de las discusiones sin fin, le dí una respuesta
formal: - Haiku son tres líneas y Tanka, cinco; Haiku son diecisiete sílabas,
Tanka, treinta y una. Cada vez que escribo un Tanka escribo un Haiku. Cada vez
que escribo un Haiku, sólo escribo un Haiku. Es decir, tomando en cuenta la
extensión silábica y el número de versos, el Haiku es un Tanka incompleto.
Comparando cada una de las líneas del Tanka
con la Dialéctica podemos decir: primera, tesis; segunda, antítesis, tercera
síntesis, cuarta tesis, quinta antítesis. Por ello, todo Tanka debería dejar en
el lector una cierta sensación de pregunta sin respuesta, la contemplación de
algo inacabado que debería ser replanteado en otro Tanka para completar el
movimiento perpetuo de la hélice de cultemas hegeliana.
Cuando hace años escribí la monografía
“Budismo Zen y la Lógica de Hegel: similitudes y diferencias” – por la que mi
maestro el Profesor Machado Mouret ganó una medalla de oro en el II Encuentro
de Filosofía Comparada de Oriente y Occidente, México 1977 - comprendí que hacer un Tanka era escribir una
breve historia.
El Jardín de Arena es un plano del Universo.
Para cualquier occidental es sólo un rectángulo de dos metros por cuatro. El
Iniciado hincado ante el horizonte que se extiende hacia el infinito percibe lo
Universal en lo Particular y sabe, comprende, que todo lo que haga o diga como
ser concreto está limitado, circunscripto a determinadas coordenadas
espacio-temporales. Este encierro de lo cultural por las fuerzas de la
Naturaleza, esta “opresión”, este Imperialismo Natural, es omnipresente en el
Tanka, porque al ser éste una pincelada que describe la Vida, es también la
sucesión de imágenes que la pinta, un pequeño cuadro por el que espiamos a los
dioses en su quehacer cotidiano: la creación, la transformación y la
destrucción del Mundo.
Todo tema puede ser tratado con la Forma del
Tanka. No hay límites para la creación artística. Y su brevedad permite la
explicación del contexto en el que fue construído y los motivos que lo causan.
Suelo comparar al Tanka y a su relato con las sagas islándicas que de tanto en
tanto nos sorprenden con una “lausavísur”, esa estrofa solitaria que suelen
cantar los “skald” ante la corte de su rey.
La integración de prosa y poesía es un género
que me apasiona pues tiene la ventaja del cuento y de la novela en un mismo
campo literario. Trama y personaje se funden en cinco líneas de 5-7-5-7-7
sílabas cada una, situación y parlamento en una efímera escena, un teatro fugaz
que planta lo viviente de manera brutal y sin apelaciones posibles.
El Tanka no es para sonámbulos ni dormidos.
Sólo los despiertos, con la plenitud de sus sentidos pueden verlo, tocarlo,
olerlo, oírlo y saborearlo. Y – fundamentalmente – presentirlo.
Cuando mi amigo Sebastián supo que tenía una
enfermedad terminal comenzamos a jugar al ajedrez todas las tardes del sábado.
En esas largas y tediosas partidas, repletas de recuerdos y premoniciones,
miradas de angustia y silencios abismales comprendí que estaba mutando, que
poco a poco se iba despojando de las cáscaras que cubren lo esencial que late
en nuestra intimidad.
Después de su funeral escribí este Tanka:
Otra Lógica
ver la Jornada desde
el Crepúsculo
ver la Existencia
desde el No Ser, la Nada
Guillermo Compte Cathcart
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