Como dijo Arlebán: “Es la pregunta un puño de
hierro clavado en mi estómago. Un monstruo volador de dientes inmensos que se
alimenta de mis entrañas. La dueña de mis recuerdos y tirana de mi futuro. Y
cuando no tiene una respuesta segura, cuando abre un abanico de discusiones sin
fin, es el infierno en la tierra, la desesperanza, la inseguridad, el reino del
Temor. La terrible sensación de que la Razón es incapaz de gobernar la Tierra”
Esta es una pregunta que abre un debate
intenso, apasionado e infinito. Según el “quién”
la formula, tendremos mayor o menor número de respuestas emocionales basadas en
la aceptación o descalificación del “sujeto
que pregunta”.
Imaginemos que en los alrededores del
Jerusalem del siglo I de la era cristiana, alguien hubiera preguntado: ¿Es el
cristianismo una forma de terrorismo?
Un Saduceo o un Fariseo hubieran contestado
afirmativamente. Un soldado o un funcionario romano, también. Un Zealote –
integrante de una secta fundamentalista entre los que militaban los sicarios
(los terroristas de entonces, quienes mataban a los simpatizantes de Roma con
sus dagas, en griego sikarioi “los hombres de la daga”) -
lo hubiera negado terminantemente.
Un campesino alejado de la exégesis fanática
de los Textos y de la lucha por el Poder, hubiera dicho que no, pero con una
sonrisa cómplice, pues tanto él como su familia y sus vecinos odiaban a la
fuerza de ocupación romana, integrada por energúmenos venidos desde los
confines de la tierra y adoradores de ídolos y falsos dioses.
Todos los no beneficiados directamente con el Imperio romano eran – por lo
menos - simpatizantes de la secta de los Zealotes y por extensión con todos los
movimientos sospechados de tener algún punto en común con ellos.
Según algunos historiadores de la religión,
entre los doce apóstoles hubo zealotes y tal vez, un sicario, Judas, cuyo apellido pudo haber
sido una corrupción del término latín “sicario”, asesino.
Según el Dr. Jagdish P. Sharma (Departamento
de Asuntos Africanos de la
Universidad de Nueva Delhi) : “El terrorismo es un medio
detestable y aborrecible para conseguir fines sociales, políticos, religiosos o
militares. Un medio ilegítimo para obtener cambios políticos por el
indiscriminado uso de la fuerza o la violencia” (“Rise of Islamic Extremism in
West Asia and North Africa”).
Según el profesor B. K. Shrivastava (Centro
de Estudios Americanos de la Universidad Nehru): “El terrorismo ha sido
definido como el uso de violencia o de la amenaza de violencia para crear un
clima de miedo en una población determinada” (“The United States and
International Terrorism in South Asia”).
El término “piquete” tiene una íntima
relación con el uso o la amenaza de la fuerza contra el que transita, alude a
la prohibición de cruzar un límite, señala inequívocamente un “hasta aquí has
llegado”, una decisión por defender hasta las últimas consecuencias el “no
pasarán”, que tanto han cantado poetas y cantautores que sueñan con ser Martí,
en esta tierra de maravillas y espantos que es Latinoamérica.
En muchos de los piquetes que se hacen en la
Argentina de estos últimos años suelen verse personas encapuchadas y con palos.
¿Esta presencia es “amenazante” para las víctimas inocentes de la medida de fuerza que
corta el paso? ¿El piquete se hace para obtener
fines sociales o políticos? ¿Es la práctica del piquete una forma de entrenamiento para la toma del poder?
¿Existe alguna relación entre los cabecillas que conducen a quienes realizan
los piquetes y las organizaciones terroristas internacionales?
Dos mil años atrás los zealotes, los
cristianos, Jesús, fueron acusados y castigados como terroristas.
Hoy, Roma es sólo una plaza turística de
brillo y esplendor pero nadie considera en
su vida cotidiana que todos los caminos nos llevan a ella. Hoy, el Imperio
tiene otro nombre. Y, gracias a la globalización, en todos los rincones del
planeta hay gente a favor y gente en contra.
Y, más allá de todas las condenaciones, los
prejuicios, los preconceptos, la presencia del Otro – el despertar de nuestra
Responsabilidad – es siempre y en todo momento, un fenómeno terrorífico.
Desde el presidente hasta el último conductor
de una radio alternativa hablan del “miedo del 20 de diciembre”, pocos
recuerdan la alegría del 25.
Mas allá del terror, de la angustia, de la
rabia, de la pérdida de tiempo, no sólo tenemos que buscar a Judas entre los
piqueteros, también tenemos que abrir bien los ojos porque entre la masa
doliente, amenazante, vituperada - algunas veces hipócrita y mal intencionada-
, puede estar Jesús.
Guillermo Compte Cathcart
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