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jueves, 25 de junio de 2015

Las Casas del Ruido: ¿Una nueva metodología en la ocupación de viviendas?

La Casa Propia es un Castillo
Muy bien dice Fray Paolo Sarpi en su “Tratado de las Materias Beneficiales” (escrito alrededor de 1608) y recientemente editado por Editorial Biblos: “La controversia entre los doctores, que es difícil cuando se disputa en términos universales, es muy fácil de resolver y sin dificultad cuando se aplica a los casos particulares, y la conciencia para quien no la tiene por su propia malicia sofocada en su interior resuelve en lo particular fácilmente todas las dificultades, pues Dios no ha dejado en la incertidumbre a quien quiere caminar según sus mandamientos”.
Las casas ocupadas suelen avivar la controversia entre los doctores – o quienes pretenden serlo – con los fuegos no sacrosantos de los intereses económicos o políticos, provocando mayor confusión en una problemática que sólo ha podido ser resuelta durante los gobiernos del General Perón, cuando se implementaron los famosos planes Evita.

En esta nota haré una breve reseña histórica de los hacedores de cinco viviendas de Longchamps, Cuna del Mastín Americano – la segunda raza canina creada en La Argentina – y de la Aviación Sudamericana.
Estas viviendas fueron construídas durante la década del 50 por personas que formaron parte de la Primer Emigración Porteña, el Éxodo fabuloso de más de 500.000 habitantes – argentinos o extranjeros – de la Capital Federal que colonizaron y conquistaron las tierras inhóspitas del Gran Buenos Aires.
Héroes que aceptaron pagar con tres horas de su vida cotidiana – en viajes extenuantes – para ir del trabajo a casa y de la casa propia al trabajo.
Porque no se puede tener un jardín inmenso de 100 metros cuadrados a cinco minutos de Corrientes y Florida tal como parece ser el deseo de muchos que siguen sacrificando espacio vital por la apariencia de pertenecer al privilegiado status del que gozan los porteños - a costa del resto del país - o por la elección del camino fácil del ningún sacrificio.
Cinco chalés que hoy están habitados por grupos que exhiben un mismo comportamiento: música tropical durante varias horas del día, a todo volumen, y bailarines que exteriorizan su alegría.
Casas del Ruido. Para explicitar una presencia desafiante, que parece gritar aquí estamos, somos los nuevos dueños.
¿Lo son?
El ejemplo de los pioneros que levantaron esas paredes sirva - tal vez - como guía para quienes deberían resolver estas situaciones que hacen a la dignidad humana pues sin un lugar propio el Ser no se explicita, se extingue en el ocultamiento propio de los entes.
En la confusión de las cosas.
Como estoy escribiendo una historia de Longchamps, mantengo un contacto semanal con muchos de los vecinos que formaron parte de esa Primer Emigración y como colono-conquistador tuve que convertirme en un verdadero espaciano, aquél terráqueo habitante de planetas lejanos ideado por Asimov para resolver los problemas criminales de las metrópolis terrestres en su excelente relato: “Cúpulas de Acero”.
No fue fácil para mi cargar con la mochila de los viajes interminables, los prejuicios porteños y la desconfianza de mis nuevos amigos de caballos, vacas y leche recién ordeñada.
Por eso, cuando me hablan de la globalización y las raíces, no puedo evitar una sonrisa interior. En mí confluyen los tangos y las milongas frenéticas de mis viejos, los malambos y los chamamés furiosos sobre los patios de polvo de mis nuevos amigos y el lejano y tan querido rock del Rey Elvis. 
Todas las voces entrecortadas y chapuceras de la Europa que atravesaba el parto del renacimiento y las hermosas tonadas del interior de nuestra Patria Grande.
A la luz de nuestro sacrificio vital, aquél principio del utis possidetis, que hizo de oscuros campesinos latinos orgullosos guerreros legionarios ataviados con mantos escarlatas a lo largo y a lo ancho del Mare Nostrum, fue superior para nosotros que cualquier argumentación legal o meramente formal: La posesión es la única justificación de la hermosa frase que exclama “Esta tierra es mía”.
Porque amar la tierra es la Ley para el Conquistador y el Colono.
Ojalá estos bailarines sin descanso de las Casas del Ruido sientan lo mismo y no sean meros instrumentos de la ambición de nadie.
Don Pedro Holowinski vino de muy jóven desde Polonia y trabajó en el Campo Ramo de Longchamps como cosechador de duraznos y cuando los alemanes la invadieron regresó para luchar por la liberación de su país. Como era un excelente mecánico ingresó en RAF y tuvo un excelente comportamiento alistando los avioncitos que ganaron la Batalla de Inglaterra. Cuando volvió a La Argentina se compró un terreno y construyó un chalé que era muy visitado por los pibes interesados en escuchar historias sobre las bombas fantasmas y los bombardeos sin fin.
Don Isidro Pacareu escapó desde Cataluña a la Guerra Civil Española y encontró refugio sobre los cuatro terrenos en los cuales dibujó una pista interminable – flanqueada por jazmines de la India -  para las carreras de embolsados y las prendas de todo tipo que organizaba para festejar el 9 de Julio con sus bebedores para los pajaritos multicolores que gozaban de ese verdadero santuario donde las gomeras estaban absolutamente prohibidas
La querida Tanita alegraba sobre la orilla del entonces torrentoso zanjón de la actual autopista de la Gran Vía las tardes de mi vieja tomando el té con scons, recordando a los próceres de su familia, los grandes apellidos de la historia colonial de estos pagos y recibiendo a mi prima hermana pelirroja novia y esposa de su sobrino con quien vencieron a toda América en aquél inolvidable certamen de saltos en paracaídas.
Mi querido Guillermo – el tocayo hermano de Eduardo, el compañero de ajedrez de mi viejo – el amable divulgador de la verdadera historia oral de Longchamps que en sus ordenados canteros cultivaba las flores de la sencillez y la autenticidad y las biografías no autorizadas de los vecinos ilustres de las historietas chapuceras que todo pueblo suele tolerar como pasatiempo inocente.
La hacedora de pan dulces inolvidables, Doña Clara, la señora de los boxers intimidantes que se hacían de manteca cuando te reconocían, la que dejó su casa familiar en Virrey Loreto cerca de las vías, en mi viejo Belgrano, por este nuevo horizonte de carros lecheros y los otoños más tristes – y más bellos - de todo el planeta y sus interminables cuentos de terror salpicados por las hazañas de su padre, un coronel ruso que murió fusilado por los bolcheviques porque no quiso asociarse con los nazis al comienzo de la  Segunda Guerra Mundial.
Todos ellos no dejaron herederos y hoy tienen la cumbia villera sobre sus pasos invisibles, los que transcurren en la Ciudad Fantasma, esa que veo con mayor claridad a medida que se aproxima el telón para mis horas.
Si es tan sólo una coincidencia, estarán felices, porque para ellos una casa vacía era un mundo condenado.
Si es otra tramoya de la maldita viveza criolla, tendrán al menos el museo de las palabras que mi memoria escribe para honrar a estos tíos del amor que iluminaron las noches sin luz eléctrica, cuando bombeando un farolito se encendía aquél Solcito luminoso que despertaba los brillos reunidos y multiplicados en los ojos bien abiertos de los pibes del barrio.

Guillermo Compte Cathcart





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