La Casa Propia es un Castillo |
Muy bien dice Fray Paolo Sarpi en su “Tratado de las
Materias Beneficiales” (escrito alrededor de 1608) y recientemente editado por
Editorial Biblos: “La controversia entre los doctores, que es difícil cuando se
disputa en términos universales, es muy fácil de resolver y sin dificultad
cuando se aplica a los casos particulares, y la conciencia para quien no la
tiene por su propia malicia sofocada en su interior resuelve en lo particular
fácilmente todas las dificultades, pues Dios no ha dejado en la incertidumbre a
quien quiere caminar según sus mandamientos”.
Las casas ocupadas suelen avivar la controversia entre
los doctores – o quienes pretenden serlo – con los fuegos no sacrosantos de los
intereses económicos o políticos, provocando mayor confusión en una
problemática que sólo ha podido ser resuelta durante los gobiernos del General
Perón, cuando se implementaron los famosos planes Evita.
En esta nota haré una breve reseña histórica de los
hacedores de cinco viviendas de Longchamps, Cuna del Mastín Americano – la
segunda raza canina creada en La Argentina – y de la Aviación Sudamericana.
Estas viviendas fueron construídas durante la década
del 50 por personas que formaron parte de la Primer Emigración Porteña, el
Éxodo fabuloso de más de 500.000 habitantes – argentinos o extranjeros – de la
Capital Federal que colonizaron y conquistaron las tierras inhóspitas del Gran
Buenos Aires.
Héroes que aceptaron pagar con tres horas de su vida cotidiana
– en viajes extenuantes – para ir del trabajo a casa y de la casa propia al
trabajo.
Porque no se puede tener un jardín inmenso de 100
metros cuadrados a cinco minutos de Corrientes y Florida tal como parece ser el
deseo de muchos que siguen sacrificando espacio vital por la apariencia de
pertenecer al privilegiado status del que gozan los porteños - a costa del
resto del país - o por la elección del camino fácil del ningún sacrificio.
Cinco chalés que hoy están habitados por grupos que
exhiben un mismo comportamiento: música tropical durante varias horas del día,
a todo volumen, y bailarines que exteriorizan su alegría.
Casas del Ruido. Para explicitar una presencia
desafiante, que parece gritar aquí estamos, somos los nuevos dueños.
¿Lo son?
El ejemplo de los pioneros que levantaron esas paredes
sirva - tal vez - como guía para quienes deberían resolver estas situaciones
que hacen a la dignidad humana pues sin un lugar propio el Ser no se explicita,
se extingue en el ocultamiento propio de los entes.
En la confusión de las cosas.
Como estoy escribiendo una historia de Longchamps,
mantengo un contacto semanal con muchos de los vecinos que formaron parte de
esa Primer Emigración y como colono-conquistador tuve que convertirme en un
verdadero espaciano, aquél terráqueo habitante de planetas lejanos ideado por
Asimov para resolver los problemas criminales de las metrópolis terrestres en
su excelente relato: “Cúpulas de Acero”.
No fue fácil para mi cargar con la mochila de los
viajes interminables, los prejuicios porteños y la desconfianza de mis nuevos
amigos de caballos, vacas y leche recién ordeñada.
Por eso, cuando me hablan de la globalización y las
raíces, no puedo evitar una sonrisa interior. En mí confluyen los tangos y las
milongas frenéticas de mis viejos, los malambos y los chamamés furiosos sobre
los patios de polvo de mis nuevos amigos y el lejano y tan querido rock del Rey
Elvis.
Todas las voces entrecortadas y chapuceras de la Europa que atravesaba
el parto del renacimiento y las hermosas tonadas del interior de nuestra Patria
Grande.
A la luz de nuestro sacrificio vital, aquél principio
del utis possidetis, que hizo de oscuros campesinos latinos orgullosos
guerreros legionarios ataviados con mantos escarlatas a lo largo y a lo ancho
del Mare Nostrum, fue superior para nosotros que cualquier argumentación legal
o meramente formal: La posesión es la única justificación de la hermosa frase
que exclama “Esta tierra es mía”.
Porque amar la tierra es la Ley para el Conquistador y
el Colono.
Ojalá estos bailarines sin descanso de las Casas del
Ruido sientan lo mismo y no sean meros instrumentos de la ambición de nadie.
Don Pedro Holowinski vino de muy jóven desde Polonia y
trabajó en el Campo Ramo de Longchamps como cosechador de duraznos y cuando los
alemanes la invadieron regresó para luchar por la liberación de su país. Como
era un excelente mecánico ingresó en RAF y tuvo un excelente comportamiento
alistando los avioncitos que ganaron la Batalla de Inglaterra. Cuando volvió a
La Argentina se compró un terreno y construyó un chalé que era muy visitado por
los pibes interesados en escuchar historias sobre las bombas fantasmas y los
bombardeos sin fin.
Don Isidro Pacareu escapó desde Cataluña a la Guerra
Civil Española y encontró refugio sobre los cuatro terrenos en los cuales
dibujó una pista interminable – flanqueada por jazmines de la India - para las carreras de embolsados y las prendas
de todo tipo que organizaba para festejar el 9 de Julio con sus bebedores para
los pajaritos multicolores que gozaban de ese verdadero santuario donde las
gomeras estaban absolutamente prohibidas
La querida Tanita alegraba sobre la orilla del
entonces torrentoso zanjón de la actual autopista de la Gran Vía las tardes de
mi vieja tomando el té con scons, recordando a los próceres de su familia, los
grandes apellidos de la historia colonial de estos pagos y recibiendo a mi
prima hermana pelirroja novia y esposa de su sobrino con quien vencieron a toda
América en aquél inolvidable certamen de saltos en paracaídas.
Mi querido Guillermo – el tocayo hermano de Eduardo,
el compañero de ajedrez de mi viejo – el amable divulgador de la verdadera
historia oral de Longchamps que en sus ordenados canteros cultivaba las flores
de la sencillez y la autenticidad y las biografías no autorizadas de los
vecinos ilustres de las historietas chapuceras que todo pueblo suele tolerar
como pasatiempo inocente.
La hacedora de pan dulces inolvidables, Doña Clara, la
señora de los boxers intimidantes que se hacían de manteca cuando te
reconocían, la que dejó su casa familiar en Virrey Loreto cerca de las vías, en
mi viejo Belgrano, por este nuevo horizonte de carros lecheros y los otoños más
tristes – y más bellos - de todo el planeta y sus interminables cuentos de
terror salpicados por las hazañas de su padre, un coronel ruso que murió
fusilado por los bolcheviques porque no quiso asociarse con los nazis al
comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Todos ellos no dejaron herederos y hoy tienen la
cumbia villera sobre sus pasos invisibles, los que transcurren en la Ciudad
Fantasma, esa que veo con mayor claridad a medida que se aproxima el telón para
mis horas.
Si es tan sólo una coincidencia, estarán felices,
porque para ellos una casa vacía era un mundo condenado.
Si es otra tramoya de la maldita viveza criolla,
tendrán al menos el museo de las palabras que mi memoria escribe para honrar a
estos tíos del amor que iluminaron las noches sin luz eléctrica, cuando
bombeando un farolito se encendía aquél Solcito luminoso que despertaba los
brillos reunidos y multiplicados en los ojos bien abiertos de los pibes del
barrio.
Guillermo
Compte Cathcart
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