Una frase inolvidable puede ser el comienzo de otra
historia, el primer movimiento que desencadena una infinita serie de fichas de
dominó que traspasan a otras esa energía que en ellas desfallece construyendo
ese efecto desolador, pero a la vez magnífico, que solemos presenciar quienes
nos hemos acostumbrado a ser espectadores del tránsito de las generaciones que
apenas dejan de sí el simple rastro de un epitafio incompleto.
Esa frase, como
hemos dicho y seguiremos diciendo, es considerada por nosotros un “cultema”, un
gen de cultura, una unidad mínima de transmisión cultural, un reproductor que
ansía producir copias numerosas, fieles y longevas de sí mismo: si es repetida
muchas veces, sin cambios sustanciales y a lo largo de muchos años, habrá
cumplido la principal misión de un reproductor egoísta...Alcanzar la eternidad
relativa que puede otorgar la cultura humana bajo el rótulo de “clásico”.
Supongamos un
autor “X” que menciona la obra “S” de otro autor, “Y”, al que considera preocupado
por sus mismos desvelos y por ello, cercano a su propio objeto de estudio, pero
que no cita varios ejemplos que explícitamente figuran en “S” y que podrían
fundamentar mejor o más ampliamente sus textos. Este “olvido” es una de las
causas por las cuales insistimos en “cazar cultemas” que no figuran en los
índices y que sólo pueden ser rescatados del oscuros territorios de la no
mirada por un lector atento.
Parece ser que
esta forma “incompleta” de seleccionar las fuentes de los trabajos académicos
se debe a la propia naturaleza egoísta de los cultemas que guían nuestra
investigación y nos someten a sus propios parámetros de reproducción: aquello
que no convenga directamente a sus fines debe ser dejado de lado, porque lo
único prioritario es el objetivo inicial propuesto para poner en marcha la
fabulosa maquinaria de nuestro cerebro y no podemos perder el tiempo.
Viajando por el Index del libro de
Michael McCormick Origins of the European Economy. Communications and
Comerse AD 300-900 (Cambridge University Press, 2001) me sentí confundido
respecto a la palabra “Antikyra”: ¿Es el nombre de una persona o el de un
lugar?, me dije con la voz baja con la que solemos hablarnos a nosotros mismos
cuando la duda se instala en nuestro pensamiento. Fui a la página 533 y
comprobé que es el nombre de una bahía. Lo asombroso de esta rápida visita
buscando a lo largo del texto de esa página este término que no podía
“encasillar” me permitió cazar un cultema interesante que aparentemente se le
escapó a otro autor que en su libro menciona la obra de McCormick.
El cultema en cuestión es:
“Ocasiona poca sorpresa que una de las primeras edificaciones levantadas en el
monasterio de Hosios Loukas fue una hostería para viajeros” y figura casi al
final de la página 533. Al término de la frase hay una llamada a una nota al
pié de la página que remite a Vita Lucae iunioris, 81, p. 209:
Oikonomides 1992a, 254.
Como la temática asociada con la
palabra “hospedaje” y sus muchos sinónimos existenciales a lo largo de la
historia del Mediterráneo ha sido el “cultema” dominante en las búsquedas de
otra investigadora volví al Index de McCormick para ver cuántas entradas tenía
esa palabra.
“Hostels” figura mencionado en las
páginas 137, 398, 533, 631.
“Ellos eran recibidos
en la hostería del muy glorioso emperador Carlos, donde, dice Bernard – Itinerarium,
ed. T. Tobler y A. Molinier, Itinera hierosolymitana 1.2 (Geneva , 1880)
– todos los hablantes de las lenguas romances eran bienvenidos. Además, agrega
el monje, está la iglesia de la
Virgen al lado de la hostería, la hermosa biblia que
Carlomagno obsequió a la iglesia y el mercado que sostiene al establecimiento”
(137)
Olivia Remie Constable – otra de
las investigadoras que hemos usado como fuente para nuestro trabajo – autora
del hermoso Housing the Stranger in the Mediterranean World. Lodging, Trade,
and Travel in Late Antiquity and the Middle Ages (Cambridge University
Press, 2003) nos enseña en un largo párrafo que cabalga entre las páginas 2 y 3
de su escrito que:
“La
continuidad del funduq (más o menos un sinónimo musulmán de “hospedaje”)
y sus primos en el mundo mediterráneo no sólo indica la importancia de estas
particulares instituciones sino que también habla de la naturaleza de su
entorno. Desde su primera historia el
Mediterráneo ha sido el territorio de viajeros – comerciantes, guerreros, peregrinos, navegantes,
embajadores y vagabundos – moviéndose por el mar y la tierra de una región a la
otra. A pesar de períodos de gran estancamiento, recientes trabajos han
revelado la gran cantidad de movimientos y comunicaciones a través y alrededor
del Mediterráneo (Y aquí cita el libro de McCormick)”.
Perlitas como esta justifican nuestro esfuerzo: mostrar
casos muy particulares, personalizados, de ese fabuloso rompecabezas que es la evolución
del Imperio Romano.
Este ejemplo
muestra cómo una autora preocupada por una determinada institución “las fondas”
para decirlo en forma rápida menciona una obra fundamental que no llegó a leer
frase por frase o que leyó muy por arriba o sin la debida atención.
Esa edificación
en ese monasterio podría muy bien haber sido un excelente ejemplo en su muy
riguroso – pero incompleto y no tan rico – esfuerzo académico personal.
Guillermo Compte
Cathcart
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