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lunes, 1 de junio de 2015

Industria Nacional: ¿industria buitre o cuento chino?


Las visitas de los presidentes de Corea, China y Vietnam me transportaron – gracias a  la máquina del tiempo de los pobres, la memoria – a la década del 70, cuando volvió Perón, cuando Mao, Giap y Ho Chi Minh ganaban cualquier encuesta de popularidad entre los alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, la hermanita perdida que se mudaba - ida y vuelta - desde Independencia y Urquiza hasta el viejo y abandonado Hospital de Clínicas de Junín y Córdoba.
En apenas tres décadas los hijos de aquellos guerreros asiáticos invencibles, se transformaron en buscadores de votos latinoamericanos para ser aceptados por el Imperio. Votos que certifiquen que son verdaderos capitalistas, es decir, chicos buenos, que aceptan las reglas de un juego extraño a su identidad cultural, si es que aún la tienen.
Pensar que aquellos héroes populares aseguraban en sus lenguas milenarias que “la sangre derramada no será negociada” – ver el excelente libro del frances Robert Le Garnier , “Graffitis del Vietcong en los muros de Saigón”, Ediciones para la Liberación del Tercer Mundo, Mendoza 1971 – frase que los jóvenes universitarios argentinos convertidos al peronismo hicieron suya, tan propia como lo hizo aquél siervo de la gleba anónimo que se puso las ropas de otro, con tan mala fortuna que por su fracaso hizo nacer el cultema: “el hábito no hace al monje”.


Si nos atenemos a los votos obtenidos por la fórmula Perón – Perón en 1973 – que ganó las elecciones presidenciales superando el 60 % de los votos – podemos afirmar que 6 de cada 10 argentinos actualmente vivos, mayores de 50 años, votaron por Perón e Isabelita.
¿Habrán cambiado como los chinos y los vietnamitas?
No tengo los medios para conversar con todos y cada uno de ellos y descreo de las encuestas tradicionales para resolver este enigma.
Pero analizando el comportamiento de algunos funcionarios podría señalar una tendencia no muy equivocada, después de todo, conversos o no, se supone que deberían pertenecer – pues llegan al Poder formal  usando el nombre de Perón -   al Movimiento que la amazona Evita vigilaba para que se hiciera realidad la revolución de la Justicia Social, la Independencia Económica y la Soberanía Política.
Esos funcionarios que habrán soltado una lágrima por los pasillos que los ubican en sus sillones viendo a los chinos y a los vietnamitas vestidos con trajes occidentales y negociando tan duramente por aquél voto,  fieros como los representantes del FMI o de los acreedores que quieren cobrar sus bonos, aunque sea con la patente del dulce de leche o con todos los jugadores de las divisiones inferiores del glorioso River Plate.
Digo una lágrima porque la decepción no llega al llanto descontrolado. 
Después de todo , los ex revolucionarios aggiornados  suelen mirarse al espejo – narcisos enamorados de sí mismos - para ver como les quedan sus ropas diseñadas en las mejores casas de moda del mundo y ya se han acostumbrado a la sentencia de Discepolín, la que señala el destino de todo ultra domado por la realidad: “pa’ mal comer somos la mueca de lo que soñamos ser”.
¿Esos funcionarios siguen - si alguna vez lo fueron o son grandes simuladores - siendo peronistas?
A ninguno de ellos les escuché citar las frases del general: 
“El primer objetivo de la empresa en una sociedad que quiere justicia auténtica, no es simplemente el beneficio, sino el servicio al país”, “…que los frutos del progreso se difundan a toda la comunidad a través del sistema de precios”, “Solo cuando el empresariado procura prestar el mayor servicio al país, admitiendo límites mínimos y máximos a su beneficio, puede coincidir lo que es conveniente tanto para el empresario como para el país”.
Seguramente todos ellos tienen en algún lugar de sus amplias casas un ejemplar del “Modelo Argentino para el Proyecto Nacional” – del que mínimamente han leído el título para citarlo en las barricadas de algún piquete – y muy bien podrían prestarlo a los industriales que se autodenominan nacionales y no quieren perder la ganga del cambio inestable, que les permite vender sin esfuerzo todo su stock en el exterior.
Ese mismo dólar (o euro)  que noqueó a los trabajadores porque es malo que los pobres festejen.
No hay que perder la esperanza.
Tal vez, dentro de varios años, nuestros representantes se aviven que existen industrias buitres que se disfrazan de nacionales - ¿no habría que repensar y redefinir el concepto de Nación en esta era global? – y las que siempre han sido, con gobiernos democráticos, con gobiernos de botones o con gobiernos de cartón, un reverendo -y muy costoso para el Pueblo Argentino - cuento chino.
Guillermo Compte Cathcart

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