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martes, 9 de junio de 2015

Los Orcos argentinos aman a Frodo



Conocido el gran éxito de la trilogía cinematográfica dirigida por Jackson, muy pocos se animarán a decir que no leyeron los libros de Tolkien.
No quedaría “bien”. 
Y – lamentablemente – todos sabemos que muchos nacidos en estas tierras fabulosas, sólo viven – y se desviven - para rendirle un culto fanático al “Parecer ser”.
Ya Ingenieros les dedicó su “El Hombre Mediocre” y Jauretche los bautizó “medio pelo”. Sin olvidar que Scalabrini Ortiz los caracterizó – por oposición – como “los que nunca están solos y nunca esperan” y Perón les dedicó el mote que les cae como anillo al dedo: “Bosta de Paloma”.
Son los que denuncian corrupción a troche y moche y cuando se enteran que en la cumbre de México los Buschnianos van a proponer que se saque de la OEA a los gobiernos corruptos, preguntan a los cuatro vientos: “¿Cuáles son los criterios para determinar si un gobierno es o no corrupto?”.
En las charlas radiales que hizo poco antes de su muerte el Grande entre los grandes, Enrique Santos Discépolo, les puso una etiqueta imborrable, un tatuaje en el alma: “Mordisquito”.
Estos verdaderos Orcos, bestiales, egoístas, monstruosos, una deformación de la evolución, se creen la medida de todas las cosas.
El metro patrón de  la transparencia, los definidores de la democracia y lo  políticamente correcto.
Pontífices nacidos y criados en la hipocresía.

Y, siendo como son,  un verdadero cambalache existencial, no dejan de: comer pochoclos viendo como Legolas mata a flechazos a sus parientes de Mordor, denunciar el imperialismo yanqui, irse de vacaciones a Miami, firmar solicitadas a favor de Fidel y su paredón para todos los distintos, y largar una lágrima por Frodo, “el petisito tan tierno”.
Aunque evitan tocar sus patas peludas.
Quien más, quien menos, padece la presencia cercana de estas criaturas fangosas.
Desvergonzadamente, aprovecharon la década de la convertibilidad para llenar su hogar de artículos importados y ahora, al amparo de la devaluación asimétrica volvieron a fabricar sus mocasines de doscientos pesos que se despegan con el primer rocío, porque siempre fueron “industriales nacionales”.
Los cadáveres metálicos (containers) que traían desde las cárceles chinas – haciendo una vaquita entre varios – ya no los pueden acusar desde la puerta de sus casas.
Amantes y alcahuetes de los Magos de turno, tienen un presente eufórico, no vislumbran nubarrones en el horizonte y sueñan con el Ojo de Saurón. 
Esperan pacientemente que algún emisario les ofrezca tarde o temprano una banca – o un banco, porque no se hacen problema con el género – ya que están anotados en todo tipo de emprendimientos solidarios y hasta en el coro del templo.
¿Qué podemos hacer quienes nos identificamos con Boromir o Aragorn?
A lo largo de nuestra vida hemos convivido con oleadas de Orcos que nos asfixian y nos han impedido construír el mundo justo que anhelábamos.
Cuando ellos se disfrazaban de Hippies y leían los libros de JRR nosotros luchábamos para traer a Gandalf y buscábamos a un emisario - que no sucumbiera ante  el hechizo del anillo - para derrotar al Mal.
Hoy, los Orcos están infiltrados en los gobiernos, nos entretienen, nos analizan la realidad, nos dicen qué comer y cómo divertirnos, qué es lo Bueno, lo Malo y lo Feo.
Soberbios e intocables se dan el gusto de amar y aplaudir al Frodo de la película.
Porque saben que al de carne y hueso, al real, al verdadero, en un perdido camino de la Argentina, hace muchos años, indefenso y solitario, lo mataron con sus garras.

 Guillermo Compte Cathcart

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