Conocido
el gran éxito de la trilogía cinematográfica dirigida por Jackson, muy pocos se
animarán a decir que no leyeron los libros de Tolkien.
No
quedaría “bien”.
Y – lamentablemente – todos sabemos que muchos nacidos en
estas tierras fabulosas, sólo viven – y se desviven - para rendirle un culto
fanático al “Parecer ser”.
Ya
Ingenieros les dedicó su “El Hombre Mediocre” y Jauretche los bautizó “medio
pelo”. Sin olvidar que Scalabrini Ortiz los caracterizó – por oposición – como
“los que nunca están solos y nunca esperan” y Perón les dedicó el mote que les
cae como anillo al dedo: “Bosta de Paloma”.
Son los
que denuncian corrupción a troche y moche y cuando se enteran que en la cumbre
de México los Buschnianos van a proponer que se saque de la OEA a los gobiernos corruptos,
preguntan a los cuatro vientos: “¿Cuáles son los criterios para determinar si
un gobierno es o no corrupto?”.
En las
charlas radiales que hizo poco antes de su muerte el Grande entre los grandes,
Enrique Santos Discépolo, les puso una etiqueta imborrable, un tatuaje en el
alma: “Mordisquito”.
Estos
verdaderos Orcos, bestiales, egoístas, monstruosos, una deformación de la
evolución, se creen la medida de todas las cosas.
El
metro patrón de la transparencia, los
definidores de la democracia y lo
políticamente correcto.
Pontífices nacidos y criados en la hipocresía.
Y,
siendo como son, un verdadero cambalache
existencial, no dejan de: comer pochoclos viendo como Legolas mata a flechazos
a sus parientes de Mordor, denunciar el imperialismo yanqui, irse de vacaciones
a Miami, firmar solicitadas a favor de Fidel y su paredón para todos los
distintos, y largar una lágrima por Frodo, “el petisito tan tierno”.
Aunque evitan tocar sus patas peludas.
Quien
más, quien menos, padece la presencia cercana de estas criaturas fangosas.
Desvergonzadamente,
aprovecharon la década de la convertibilidad para llenar su hogar de artículos
importados y ahora, al amparo de la devaluación asimétrica volvieron a fabricar
sus mocasines de doscientos pesos que se despegan con el primer rocío, porque
siempre fueron “industriales nacionales”.
Los
cadáveres metálicos (containers) que traían desde las cárceles chinas –
haciendo una vaquita entre varios – ya no los pueden acusar desde la puerta de
sus casas.
Amantes
y alcahuetes de los Magos de turno, tienen un presente eufórico, no vislumbran
nubarrones en el horizonte y sueñan con el Ojo de Saurón.
Esperan pacientemente
que algún emisario les ofrezca tarde o temprano una banca – o un banco, porque
no se hacen problema con el género – ya que están anotados en todo tipo de emprendimientos
solidarios y hasta en el coro del templo.
¿Qué
podemos hacer quienes nos identificamos con Boromir o Aragorn?
A lo
largo de nuestra vida hemos convivido con oleadas de Orcos que nos asfixian y
nos han impedido construír el mundo justo que anhelábamos.
Cuando
ellos se disfrazaban de Hippies y leían los libros de JRR nosotros luchábamos
para traer a Gandalf y buscábamos a un emisario - que no sucumbiera ante el hechizo del anillo - para derrotar al Mal.
Hoy,
los Orcos están infiltrados en los gobiernos, nos entretienen, nos analizan la
realidad, nos dicen qué comer y cómo divertirnos, qué es lo Bueno, lo Malo y lo
Feo.
Soberbios
e intocables se dan el gusto de amar y aplaudir al Frodo de la película.
Porque
saben que al de carne y hueso, al real, al verdadero, en un perdido camino de la Argentina , hace muchos
años, indefenso y solitario, lo mataron con sus garras.
Guillermo Compte Cathcart
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