Muchos han dicho que un libro lleva
a otros. Y que todos forman una vasta y única biblioteca. Un laberinto infinito
que alberga a millones de frases.
El Cazador de Cultemas, con la
misma pasión del obsesionado perseguidor de Moby Dick, busca una frase especial
en el inmenso océano de las palabras. Esa constelación de letras que, una vez
que nos hemos apropiado de ella, nos impulsa a reproducirla una y otra vez con
la fidelidad apropiada y en cantidad suficiente para que viva eternamente en la
implacable evolución de las generaciones.
Esa reproducción imitativa implica
un desdoblamiento de la actitud en el Cazador de Cultemas: una vez capturado el
cultema, el perseguidor implacable llega a ser Militante, Predicador,
Reproductor, términos unidos, para nosotros, por el mismo apego a una misión, a
una causa.
Un cultema es siempre una frase o
parte de una frase que merece ser difundida.
Un sencillo ejemplo nos muestra cómo dos personajes históricos
están vinculados a través de los siglos por un hábito muy difundido: el cuidado
de sus monedas. El excesivo celo por las mismas.
En el siglo XI, entre los normandos
que gobernaban el sur de Italia, Roger, el hijo de Robert Guiscard, era llamado
“borsa” (monedero) por su costumbre de contar, una y otra vez, la monedas que
llegaban a sus manos. En la Gran Bretaña del
siglo XIX, Sir John Conroy, supo mencionar en varias oportunidades los hábitos
económicos de la Reina
Victoria , incluyendo el cuidado de su monedero, que heredó de
su parsimoniosa abuela, la reina Charlotte. (Citado en la página 26 del libro Queen
Victoria. A Personal
History de
Christopher Hibbert, Basic Books, 2000).
Roger y Victoria, además de estar
unidos por el cultema cuya evolución demostramos en nuestro libro – como
veremos - también lo estaban por este hábito ahorrativo, por la misma avaricia.
Esta cita que Hibbert hace de los
dichos de Conroy sobre la reina británica no llega a ser una frase sino parte
de una de ellas, de un conjunto que la describe.
Si relacionamos esto con la
conducta miserable de muchos de los personajes detestables de la obra de
Dickens, podremos ver que la relación de las personas con sus monederos, con su
bolsa, muy bien podría ser el hilo conductor de otras narraciones históricas.
No es para nada extraño que las
bolsas de Victoria y Roger fueran bolsas cerradas por su actitud de celo
excesivo: los dos fueron el poder en sus comunidades. Santa Claus, en
cambio, tiene su bolsa abierta.
Otra diferencia importante, es que
el sobrenombre de “borsa” le es puesto a Roger por sus parientes más cercanos ,
es decir, por otros integrantes del poder. Lo mismo sucede con Victoria,
pues ese Conroy integraba el tenebroso círculo de los allegados a la corte de
Gran Bretaña. En cambio, el monedero grande de Santa, su naturaleza de
abierto, su bolsa, es una cualidad reconocida por todos los integrantes de la
sociedad humana que en él creen.
Charles Dickens en su relato A
Cristmas Tree nos dice esta primer frase:
He estado esta tarde,
delante de un alegre grupo de niños reunidos alrededor de ese bonito juguete
alemán, un Árbol de Navidad.
El
Príncipe Alberto es considerado a menudo como el introductor de la costumbre
alemana del Árbol de Navidad en Inglaterra. Y, esto fue así, porque en “tiempo
de Navidad” él fue visto construyendo muñecos de nieve de su altura, jugando al
hockey sobre hielo, conduciendo un trineo sobre la nieve y preparando un Árbol
de Navidad. Cada Navidad, los candelabros eran retirados del salón de descanso
de la reina Victoria en Windsor y su lugar era ocupado por árboles con velas y
caramelos colgados, las mesas del comedor eran colmados de comida y enormes
porciones de carne especialmente decoradas. En un cuarto especial, había otro
Árbol de Navidad rodeado de regalos para los integrantes de la residencia y
cada uno de ellos tenía una carta escrita por la reina. “Todo esto – como le
dijo Alberto a su hermano – era totalmente alemán”. Victoria siempre permitió
que Alberto evocara sus días perdidos de la niñez. Pero, en realidad, el
crédito por la introducción de esta costumbre germánica en Gran Bretaña hay que
otorgárselo a la reina Charlotte, la abuela de Victoria. La misma abuela que le
enseñó a la sucesora de Isabel I a cuidar obsesivamente su monedero. Y esto es
algo que vamos a encontrar en varias páginas de este trabajo: La comunicación
entre los abuelos y sus nietos suele ser muy importante en la transmisión de
los cultemas.
Dos días antes de la Navidad de 1958 en el
periódico The Times se pudo leer un artículo firmado por Olwen Hedley:
“How the Christmas tree came to the English Court”. En él se nos dice que la
reina Victoria cuando niña, tuvo regularmente su Árbol de Navidad y que su tía,
la reina Adelaide, siempre preparaba uno en sus fiestas de Navidad para los
niños en el salón del Dragón en la gran tienda que se armaba en Brighton.
Por su parte, Georgina Townshend, quien fuera Ama de Llaves
en el castillo de Windsor recuerda que la reina Charlotte entretenía a los
niños durante la Navidad
con un Árbol de Navidad hermosamente adornado y que las princesas y los
príncipes colaboraban en el encendido de las velas colocadas en las ramas del
abeto, que solía tener la altura de un adulto según figura en Memoirs and
Correspondence of Field-Marshall Viscount Combermere, 2 vols., London,
1866, ii, 419.
Guillermo Compte Cathcart
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