Powered By Blogger

lunes, 15 de junio de 2015

La Guerra de las Monedas


 La anécdota es muy conocida entre los investigadores medievales que admiran las cualidades reales del Duque de Normandía convertido gracias a la suerte de una batalla – Hastings, 1066 – en el primer Guillermo de Inglaterra.
Este jóven vikingo no solo decapitó a la aristocracia anglosajona de un único y certero golpe sino que también borró de la memoria del pueblo inglés sus nombres cotidianos: en poco menos de un siglo, el ochenta por ciento de los varones nacidos en la Isla de las Tinieblas se llamaría “William”, en honor al implacable guerrero y estadista que los franceses llamaban “Guillaume, le conquberant”.
Se produjo durante su reinado un hecho escandaloso para la época y para el poder de un monarca predecesor del absolutismo que tardaría siglos en llegar: Una vasta falsificación de moneda.
Mi abuelito, dulce como el pan barato que comemos durante las fiestas y esta colocado en las góndolas de los supermercados chinos de los distintos barrios desde hace cinco meses, no dudó: agarró a los principales acuñadores de monedas del reino y les cortó la mano derecha y sus órganos viriles.
De allí surgió el canto popular que viajaba con los pedlars – los vendedores ambulantes que edificaron el capitalismo viajando de aldea en aldea – quienes no dejaban de advertir: “Cortarán la mano del acuñador y su hombría, si no paga una libra el valor de un penique”.
Hoy, los distintos mercados continentales se encuentran en las vísperas de una guerra implacable, la monetaria.
¿Será George William como el primer William?

La tierra de Mahatma Gandhi está diversificando sus monedas, por las dudas.
Los nuevos capitalistas, los chinos, mantendrían su yuan – el que según algunos pronosticadores esta subvaluado en más de un 28% - fijo.
Por la tierra de Chejov, los funcionarios están tratando de acaparar monedas de sus vecinos ricos de la Comunidad de la doble E, que como aquella entrañable bebida de la etiqueta verde que se refería a otra letra, la número 25 de nuestro abecedario, nunca será whisky, como decía mi viejo, delineando la actual política rebelde de los tenedores de libras esterlinas.
Nosotros, con nuestro simple pesito sometido a los caprichos del Real del Planalto, estamos como aquél naufrago con un billete de un millón de dólares del cuento: en una isla perdida, haciendo señas y “en pelotas como nuestros hermanos los indios”, como supo decir San Martín.
¿Cómo compensar las grandes diferencias entre las distintas sociedades planetarias y las cada vez más evidentes grietas dentro de cada una de ellas?
¿Quién levantará la espada política capaz de cortar ese maldito nudo gordiano?
En nuestras calles hay cada vez más celulares y casi el 55% de la población es pobre. En la tierra de Shaka Zulu dicen que hay poco mas de 44 millones de habitanes y casi la mitad tiene uno, pero más de once lenguas oficiales y su bandera agota los colores de cualquier paleta surrealista.
Setecientos cincuenta millones de personas en todo el planeta ganan como máximo un dólar por día, cuando consiguen una changa y un número más o menos igual – muy de vez en cuando - llega a los dos dólares por una jornada laboral de - al menos - 14 horas.
Como podemos imaginar los presidentes de los bancos centrales deberían cuidarse las manos y aquello que suelen vigorizar con medicamentos mágicos para sus noches prohibidas fuera del hogar.
Nosotros, lejanos a todo lo que hacen los grandes del mundo estamos a punto de convertir a nuestra máxima entidad monetaria en una oficina dependiente de los caprichos de las - ¿unidades abiertas?, ¿comités populares?, ¿cabildos piqueteros?, ¿play – rooms? – del todavía nonato “movimiento transversal”, con el cual sueñan los que nunca pueden derrotar al peronismo.
Pero no se preocupen, amigos, siempre – sin ningún tipo de excepción – nuestros economistas, los que con tanto sacrificio se forman en las universidades latinoamericanas, reciben un baño de purificación ideológica en las norteamericanas, requisito indispensable para llegar a ser un técnico irreprochable al servicio de cualquier partido politico nativo, aunque no apague ningún incendio y dure unos minutos con el traje de bombero, aunque conserve cara de perro enojado cuando le hablen de las llamas del descontento popular.
Después de todo George William la tiene clara, porque no solo tiene los dólares, también tiene a los Marines.
Y en los distintos foros mundiales , sonriendo sin abrir la boca, repite para sí mismo el discurso aquél con el cual el futuro William I arengó a sus nobles normandos antes de embarcar hacia Inglaterra con sus mastines de guerra: “No hay nada que temer, ellos (por los ingleses) son una raza afeminada”.
¿Pensará lo mismo de nosotros?


 Guillermo Compte Cathcart

No hay comentarios:

Publicar un comentario