Al cruzar la sala de los juegos, se detuvo ante el
gastado paño verde de la mesa de bridge y elevó su mirada para saludar al Almirante Branlock, el héroe olvidado de Trafalgar.
Sintió como siempre se siente el dolor de las
despedidas de los lugares que amamos.
En el pasillo lo esperaba la señorita Hannah con el
habitual rostro inmutable de quien ha sido testigo de males ancestrales que se
repiten a través de los siglos.
Ya en la calle, la fina llovizna le dio la
bienvenida a su destino.
Otra vez la implacable serenidad de lo atroz, su
malvada esencia.
No es fácil someterse al rito salvaje de la
destrucción de Otro.
La noche sometía a las callejas cercanas al inmenso
parque que un rey había hecho construir con especies traídas desde los últimos
rincones del imperio.
Se sumergió en el corazón de las tinieblas y esperó.
Poco después, el paso liviano y apurado de la mujer,
le ordenó que efectuara exactamente los gestos de su hábito.
La daga abrió el estómago de la desdichada.
Sólo un suspiro horrorizado.
Cuando Hannah abrió la puerta comprendió que había
sucedido nuevamente, y con el gesto maldito de la resignación, solo murmuró:
-
Buenas noches, Doctor…
Guillermo Compte Cathcart
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