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domingo, 21 de mayo de 2017

Santa Claus: Militante del Imperio de la Justicia Social (Un Cultema Milenario)



Desde hace unos años se ha puesto de moda estudiar la “transformación del mundo romano”, como si fuera necesaria la justificación, desde la “historia científica”, la continuación del Imperio y su supervivencia en las distintas formulaciones nacionales que dieron origen a las actuales “democracias” europeas.
Nadie con dos centímetros de frente puede negar que la Pax Romana, la Pax Británnica, y la Pax Americana son una misma y única Pax: la PAX IMPERIAL.
La Pax del Imperio.
Cada 24 de diciembre, día de la Nochebuena, víspera de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, se impone una reflexión sobre la naturaleza del imperialismo, sobre su responsabilidad para implantar la justicia social sobre la tierra y , fundamentalmente, sobre el rol que cumplen los casi siempre ignorados Militantes del Imperio.
Santa Claus, ejemplo de Militancia Cristiana es uno de ellos, tal vez, el más representativo, pues ha cruzado las distintas “edades históricas” con una incuestionable vigencia.
Un Cultema milenario...

Una reflexión sobre Santa Claus es una reflexión del valor de la persona para la construcción de una sociedad humana mundial más justa.
Una reflexión sobre Santa Claus es una reflexión sobre uno de  los ejemplos concretos de la “evolución del Imperio Romano”.
Un ejemplo de la militancia personal, como factor revolucionario insustituible cuando las instituciones deben adaptarse a nuevas exigencias tendientes al bien común, entendido provisoriamente, como el bienestar de la mayor cantidad de gente en un momento determinado.
Gracias a miles de estos militantes del imperio, crece la justicia y se cambian las instituciones injustas. Se transforman. Evolucionan.
No es la mía una visión optimista de la evolución social, todo lo contrario: Si existen militantes del imperio en número y calidad suficiente habrá bienestar para mayor cantidad de personas, si no existen militantes en número y calidad suficiente habrá malestar para mayor cantidad de personas. Así de simple.
Santa Claus, nadie puede negarlo, genera hoy mayor cantidad de bienestar para mayor cantidad de personas en todo el mundo que los Reyes Magos.
Aquella breve mención en los Evangelios fue derrotada ampliamente, superada, por el ejemplo cristiano hecho carne en un santo nacido en oriente y transformado por millones de cristianos en el Santo de  la Barba Blanca, conductor de un trineo mágico (Por la influencia Vikinga).
La imagen de un Santa Claus armado con ametralladoras fusilando a mujeres musulmanas o la de un Santa Claus promocionando determinada marca de bebida gaseosa o a una cadena de grandes tiendas no deja de ser un cliché. Un lugar común difundido mayormente por quienes ayer aplaudían hasta el delirio obras como “Para leer al Pato Donald”, tan promocionada en los ambientes universitarios argentinos en la década del setenta; escrita por el mismo autor que hoy se ha puesto de moda en Broadway escribiendo comedias musicales y aplaudido a rabiar por sus seguidores, marxianos como él, pero convenientemente aggiornados  para despotricar intelectualmente contra el imperialismo yanki pero gozar del prestigio que otorga, desde el punto de vista de la víscera más sensible del ser humano: el bolsillo (Como enseñó Perón).
¿Cuántos cineastas “anti-imperialistas” sueñan y son capaces de matar para ganar el Oscar a la mejor película extranjera?
Santa Claus suele recibir ataques también por parte de la hipocresía criolla , la que defiende fanáticamente a las intérpretes autóctonas que entre nosotros derraman lágrimas de cocodrilo por quienes tienen las penas (“de nosotros”) y no las vaquitas (“que son ajenas”) pero cobran fortunas – anticipadamante – por un recital y se autoexilian de vacaciones en París y en la Costa Azul.
También están los que de golpe defienden a la Navidad y se rasgan las vestiduras, mientras arman al arbolito druida y se castigan con una tremenda comilona de gustemas europeos sin darse tiempo para la meditación profunda y personal que la fecha impone a los creyentes en el Salvador.
Esos mismos que defienden al cristianismo del “pagano Santa Claus” pero acuden en masa para aplaudir a los pseudo michelángelos que se atreven a la blasfemia de pintar a un Cristo en la cruz en la forma de un superbombardero atómico, para ganar promoción y unos pesos, seguramente provistos por cualquiera de los fundamentalismos anticatólicos.
Por último, un párrafo para los chupacirios que defienden exclusivamente a los reyes magos – los reyes maguistas , que no han resistido la tentación de leer el famoso “Código Da Vinci” del astuto Dan Brown – y no quieren comprender la verdadera naturaleza del gordinflón santo.
Hay una gran diferencia entre agasajar al Hijo de Dios en trío y siendo Magos y Reyes, que ser un solitario que hace el bien a las escondidas y en secreto, sin publicitar su esfuerzo. Un solitario que trabaja para los necesitados, especialmente para los niños en plural.
Un solitario que sin antifaz hace el bien a los hijos de todos y de cualquiera: a los que no tienen en estrella – como sí la tuvo Jesús – y a los que si la tienen, la maldicen, porque es mala.
A todas luces es muchísimo más cristiana esta segunda opción: Los Hijos de Todos y de Cualquiera. Los Hijos del Hombre.
Conocida es la frase de Jesús, "dejad que los niños vengan a mí".
Muy difundida pero - lamentablemente -, poco practicada entre los integrantes de la pirámide eclesiástica, cualquiera sea su denominación.
Escasos son los que desde el Poder - en todas sus manifestaciones - asumen el riesgo de prestar atención a los más indefensos, los más frágiles, los más necesitados.
Pareciera ser que los Inocentes, sometidos a la implacable Rueda de la Vida, estuvieran permanentemente acechados por la amenaza de la injusticia, la implacable voluntad de los tiranos que no toleran la presencia de una nueva Promesa, los que temen a la base que los sustenta, al reemplazo generacional que - más que una bendición - les suena como un augurio maldito.
La famosa matanza que relatan los Libros y de la cual se libra Nuestro Señor mediante el exilio - desarraigo que tantos han debido y deben sufrir - seguirá siendo una siniestra posibilidad mientras los creyentes no asumamos la responsabilidad de ejecutar la contraparte, la otra cara de la moneda, de aquella enseñanza del Hijo: "Dejad que yo vaya a los niños".
Nada hay más hermoso que el ejemplo que nos brinda Santa Claus para quienes creemos aquello de "donde dos de vosotros estuviereis por causa de mi nombre, yo estaré con ustedes".
Un gordo que pesa el doble, que apenas puede caminar, que se banca el frío del Polo Norte, que fue capaz de coordinar el trabajo de enanos perezosos acostumbrados a kobaltizar muñequitos de jardín, que domesticó varios renos y les enseñó a tirar de un trineo muy particular y luego a volar - con todo lo que ello implica, incluídos el despegue y el descenso sin que se caiga ni un pito ni una corneta de los bultos - y que respondan a su nombre; que es capaz de meterse por una chimenea en todas las casas - especialmente en las más humildes, que son los que no las tienen - pasar a través de ellas sin mancharse de hollín, adivinar la media de cada quien y meter en ellas juguetes inmensos de plástico, merece sin lugar a dudas el nombre de Santo, pues sus milagros son - sin mucha meditación - más de tres y comprobados por millones de testigos a través de los siglos.
Tan solo la idea de tal ejemplo es ya un modelo, un milagro, un motivo de festejo y admiración. Y una motivación especial para los egoístas que por un rato dejan de serlo y "colaboran" asumiendo el rol del Santo en su hogar, por las razones obvias que todos los adultos comprendemos, para iluminar aún más el mito radiante de la esperanza encarnada...
Sin contar el valor agregado de los millones de "Imitadores" que ansiosos tomamos en nuestras manos su trabajo y lo imitamos alterando las peticiones de los párvulos con el consabido pretexto de la falta de plata. Porque estamos demasiado atados a la dictadura del reloj y no creemos posible que alguien pueda viajar por las distintas dimensiones del Ser durante la vida de una noche inolvidable.
En la cual, un viajero incansable lleva en sus alforjas los sueños acumulados durante las cuatro estaciones.
Pero, como siempre sucede, el Maligno mete la cola - especialmente en estas tierras donde es correcto despotricar contra el Pato Donald hoy y mañana triunfar en Broadway, o cantar las penas de los arrieros por la mañana y dar recitales en París durante la medianoche - y no son pocos quienes le ofician de eco no autorizado repitiendo los latiguillos marxianos sintetizados en la rimbombante frase : "Es un invento de la Coca-Cola".
O el resquemor que provoca entre los que se creen Elías o el Bautista y sueñan con una Salomé que los meta de cabeza en los Evangelios, para ser inmortales, mientras van casa por casa creyéndose salvadores porque memorizan como el loro Arturo partes de las escrituras.
O el olvido que históricamente han manifestado aquellos obsesionados por los fondos de los fieles en detrimento del apostolado que juraron servir.
O la ofensa de pseudo artistas, los desconocidos de siempre, que para lograr algo de publicidad gratuita cuentan con la prensa anticatólica para difundir imágenes de Santa Claus armado con ametralladores y disparando contra mujeres islámicas.
Nadie recuerda al rey inglés que para poder cambiar de esposa trocó la religión de todo un pueblo cuya actual bandera es la yuxtaposición de las enseñas de San Jorge, San Andrés y San Patricio (La Unión Jack) , por lo cual, siguen haciendo la venia a santos católicos, a pesar de ellos mismos y su odio a “los Papistas”.
Nadie se atreve a difundir imágenes de fanáticos de otros credos asesinando a creyentes en sus mezquitas o sinagogas - como ha sucedido realmente - por disputas de territorios ocupados y reclamados.
Pocos conocen que este gordo santo que hoy lleva a todos los rincones del planeta los gloriosos colores del mega campeón del fútbol argentino sea aquél mismo santo que mereció por sus acciones milagrosas cientos de templos sembrados por toda Europa.
Pocos saben que Santa Claus es San Nicolás de Bari, el patrono de la iglesia paqueta de la avenida Santa Fé, donde se casó mi primo Quique.
Santa Claus, San Nicolás de Bari, San Nicolás de Myra, distintos nombres para una única y ejemplar militancia cristiana.
Se sabe que floreció durante el siglo 4 de nuestra Era, en Asia Menor. Y que es uno de los pocos santos homenajeado por las iglesias cristianas occidentales y orientales.
De acuerdo a la tradición nació en el ciudad puerto de Patara.
Sus padres se murieron cuando era muy joven y le dejaron una gran fortuna que usó para los pobres y la Iglesia. Cuando se ordenó sacerdote viajó a Tierra Santa para visitar la tumba de Cristo. Durante el viaje una tormenta terrible hizo flaquear al capitán y a la tripulación pero las oraciones del santo calmaron la furia de la Naturaleza y llegaron a salvo a Alejandría desde donde hizo a pie la jornada hasta Jerusalén.
En el año 325 Nicolás fue electo Obispo de Myra. En el día de su consagración una madre trajo a su hijo quemado y Nicolás hizo la señal de la cruz encima del niño y este fue sanado.
Entre los miembros de su iglesia había un noble empobrecido - apenas tenían para comer - padre de tres hijas jóvenes a las cuales no podía darles una dote para casarse. San Nicolás escuchó el relato de la situación y en una noche de luna llena tomó oro de su patrimonio y lo envolvió en un pañuelo y lo arrojó por una ventana abierta de la casa, a los pies del padre, quien pudo así casar a sus hijas con sus enamorados.
Fue apresado por el emperador romano Diocleciano y luego liberado por Constantino el Grande y participó del Primer Concilio de Nicea en el año 325.
Fue enterrado en su iglesia de Myra y durante el siglo VI su sepultura se convirtió en punto de convocatoria de peregrinaciones importantes.
Donald Mathew en su excelente libro "The Norman Kingdom of Sicily", Cambridge University Press, 1992 nos relata en la página 101 una serie de eventos extraordinarios.
Los normandos (vikingos) conquistadores del sur de Italia, eran extremadamente devotos del santo, fundamentalmente, por su contacto con el mar. En 1087, un grupo de marineros (enviados por los normandos sucesores del fabuloso Robert Guiscard) estaba viajando cerca de la costa de Antioquia cuando se enteraron que marineros venecianos pensaban robar las reliquias de Nicolás.
Para la ventaja de su país, su ornamento y su honor se adelantaron y saquearon la iglesia de Myra, robando los sagrados despojos.(Invocando ordenes del Papa). Fueron sesenta guerreros los que participaron del hecho y fueron recibidos en Bari como héroes populares y recibieron privilegios extraordinarios de por vida: ser enterrados en el camposanto de la basílica de San Nicolás de Bari, tener asientos perpetuos en la misma, participar en las ocasiones excepcionales con los mismos honores que los prelados y merecer el saludo de miles de peregrinos de todas las regiones del mundo cristiano
mientras su vida duró.
Ojalá quienes escriben en contra del Santa Claus católico diciendo que sólo se trata de Odín cristianizado recordaran que gracias a los hombres de Robert Guiscard - otro de mis pacíficos abuelitos, el mismo que incendió Roma para salvar a Gregorio VII y su Reforma Católica - y sus hijos y sobrinos - de sangre vikinga y con ancestros ligados por sangre y tradición con todos los dioses del Valhalla - , San Nicolás de Myra se transformó en San Nicolás de Bari.
Sus milagros a favor de los pobres e infelices se propagaron de boca en boca y la leyenda de su imagen se multiplicó. Es el santo patrón de Rusia y Grecia y varias ciudades europeas.
Protector del débil contra el fuerte, del pobre contra el rico, del sirviente y el esclavo contra el amo. Por calmar tormentas, protector de marineros y puertos - Colón llamó San Nicolás al primer puerto que fundó en América - , y por saber tratar y hablar con los ladrones y secuestradores, protector de comerciantes y del pueblo en general.
Y por sobre todas las cosas, el santo protector de los niños y las mujeres solteras.
El 6 de Diciembre es su día y en él se proclamaba Obispo a un niño que gobernaba a los fieles hasta el día de los Santos Inocentes, el 28 de Diciembre.
El Niño Obispo es la entronización de la Inocencia, un niño al gobierno, la pureza al Poder.
Hoy, cuando vemos su imagen retocada por el aporte de tantos a lo largo de los siglos - los rasgos vikingos de Odín, las tradiciones holandesas que lo llevaron a Nueva Amsterdan o New York como le dicen los anglosajones, Padre Navidad como a regañadientes le llaman los británicos, o el Papá Noel que muchos decimos – siguiendo la impertinente soberbia francesa de ponerle nombre a lo que no les corresponde (i.e. "Latinoamérica") -, sin saberlo conscientemente, estamos rindiendo homenaje a todos aquellos que hacen del bien al prójimo la causa de su militancia, la Razón de su Vida.
Para las mentes enfermas del lavarse las manos ante el sufrimiento del Otro, regalar un juguete es nada más ni nada menos que un asistencialismo insustancial. Una anécdota demagógica. Como lo hicieron, difamando
los regalos de Perón y Evita.
Para quien recibe el presente es la posibilidad de un futuro mejor, la promesa de un mañana. La Señal que conforta, que asegura que Alguien nos protege, el Imperio de la Cultura.
Como dijo aquél tártaro personificado por el rubicundo actor Van Heflin en la inolvidable película "Rebelión" cuando enfrentó el cadalso por haberse alzado contra el despotismo de los zares : "Una botella de vodka para un moribundo en la estepa helada, no es una botella de vodka, es siempre un comienzo, un renacer", recordando el gesto de un oficial zarista que lo supo auxiliar y salvar de una muerte segura y así iniciar la revolución que Julio Verne, por su lado, pone en las manos, la mente y el corazón de Ogarev.
Esperar a Santa Claus y sus regalos es nada menos que eso: El Milagro de la Esperanza.
Esperar a un alguien especial, tan abnegado, que a pesar de los obstáculos, llegará para alimentar y cumplir nuestros sueños.
Esperar , ni más ni menos . que a un militante cristiano. Un militante imperial. Un verdadero soldado del auténtico universalismo, del Imperio de la Justicia Social.

Guillermo Compte Cathcart



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