Dos párrafos de una propuesta de Fleming para solucionar el sufrimiento de niños y niñas sometidos a las horribles condiciones de vida en Londres |
Para quienes estamos interesados en
la Historia
Comparada del Imperio Británico y sus colonias “naturales”
(uso la palabra en el mismo sentido que se le da a los hijos “naturales”,
es decir, ilegítimos) para no usar los términos “neoimperial” (como lo
usa Paul Gootenberg en Between Silver and Guano Comercial Policy and the
State in Postindependence Peru – Princeton, 1989 – pp. 18-19) o “informal”
(como lo hace David McLean en War, Diplomacy and Informal Empire, Britain
and the Republics of La Plata ,
1836-53 – London, 1995) y para mencionar la presencia del “British Empire” en
nuestras tierras condenadas a mil años de soledad, el libro London Life in
the Eighteenth Century de M. Dorothy George, ISBN 0-89733-147-8, publicado
por Academy Chicago Publishers en el año 2000, debería ser bibliografía
obligatoria en todos los profesorados de historia de La Argentina , sean
universitarios y terciarios no universitarios.
Este libro brinda al lector una
cruda y descarnada descripción del imperio por dentro, desde la cocina, donde
las papas fritas todavía están junto las cáscaras cubiertas de tierras y brotes
deformes, donde los huevos aún se están despidiendo del caparazón manchado con
la mugre del gallinero, donde los trapitos sucios de la nefasta maquinaria
imperial permanecen ocultos.
Su autora, Dorothy George, murió en
1971, pero su obra tiene un valor imperecedero, por eso, este nuevo volumen de
457 páginas de la
Academy Chicago Publishers merece el mayor de los aplausos
por parte de los lectores exigentes.
Benjamín Franklin describe las
costumbres bebedoras de los trabajadores gráficos en la página 282 de este
libro imprescindible.
En el año 1725 él trabajó en una
imprenta londinense que contaba con 50 empleados, lo que la hacía un
establecimiento grande para la época.
Franklin era, por su costumbre de beber
agua, una verdadera excepción entre gente acostumbrada a desayunar con cerveza y
a los cuales llamaba “los grandes bebedores de cerveza” y decía en su Autobiography
:
“...mis
compañeros en la imprenta bebían todos los días
una
pinta antes del desayuno, una pinta en el desayuno,
una
pinta entre el desayuno y la comida principal,
una
pinta en el atardecer, a las 6 en punto,
y
otra pinta cuando terminaban su día de trabajo...
es
necesario suponer que ellos creían que el beber mucha cerveza
les
permitía trabajar mejor...
...y
así por lo que gastaban semanalmente en esa enredadora bebida
esos
pobres diablos se hundían a sí mismos”
Esta implacable mirada la
encontramos en la página 282 del fabuloso libro de George.
Por su parte, en A Brief
Description …of London – p. xxiii -, Sir John Fielding pensaba
‘la
canalla…muchos mendigos…en los últimos cincuenta años…
aún
muy insolentes y abusivos...a veces...sin una causa aparente’
y escribía (después de que se
habían verificado los peores horrores del tráfico de bebidas alcoholicas) de
los vendedores minoristas de bebidas alcohólicas
“Quién
permite vender en cualquier parte
de
este reino este fuego líquido por el cual
los
hombres beben el infierno antes de tiempo.
Estos
tenderos son los principales oficiales
del
rey de los terrores y han conducido más
a
las regiones de la muerte
que
la espada o la plaga”.
Estas palabras aparecen en las
paginas de un libro-guía no controversial y que reflejan las experiencias de un
magistrado londinense que no tenía prejuicios contra las bebidas intoxicantes
en general (páginas 17 y 50 del libro London Life in the Eighteenth Century).
Tanto Benjamín Franklin como Sir
John Fielding fueron contemporaneous del Capitán James Cook y sus grandes
hazañas pero nos muestran el rostro manchado de viruelas de la Capital del Imperio,
Londres, la Nueva Roma.
Nosotros, los nuevoeuropeos que
habitamos este continente del sur, miramos con demasiado cariño a los isleños
del Pacífico que mataron a Cook pero nos olvidamos que por nuestra sangre
corren también las esperanzas, las frustaciones, los miedos y las bestialidades
de esos “pobres diablos” que se bebían hasta el apellido para sobrellevar la
insoportable levedad del ser...marginados.
Guillermo Compte Cathcart
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