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lunes, 25 de mayo de 2015

Importancia del Saludo para evitar la Lucha de Clases (Realidad Ficticia)


El Profesor Chicoana Fuentes – siempre atento a las urgencias del momento – convocó a un grupo de vecinos ilustres de Almirante Brown para introducirlos en una problemática que ha adquirido en los últimos tiempos el rango de “cuestión de estado”, si nos atenemos a las múltiples frases que sobre el tema han vertido en los insaciables canteros de los medios de comunicación, una variada y variopinta tribuna de opinantes.
“Cómo evitar la violencia en el trato con los Otros”, decía la tarjeta ilustrada con un grabado medieval que revivía la algarabía y festejo de un día de feria en los Países Bajos, y que recibí el último día del verano en mi jardín cuando estaba podando el arbusto enano que mi sobrino trajo de su viaje rápido por tierras bosquimanas, cuando el cambio del dólar en la Década de la Fiesta lo permitía.
Cumpliendo el horario fijado en el texto de letras doradas me presenté vestido con la solemnidad requerida en la vieja casona que altera el horizonte de departamentos baratos en los límites imprecisos que separan o unen – según se quiera mirarlos – a las localidades de Adrogué y Burzaco.
Extraño paraje, me dije, acostumbrado como estoy al riguroso esquema que siguen los eventos organizados por el Gran Cazador de Cultemas - que es orgullo de la intelectualidad argentina y envidia de los extranjeros, que bien quisieran tenerlo entre las filas imperiales – y que suele privilegiar los barrios de casas majestuosas donde nadie – o casi nadie – anda mirando cuánta gente y por qué viene a lo del vecino.

Una vez sentado en la mesa de algarrobo del quincho y notando la vestimenta gauchesca de los mozos y mozas que habrían de servir los manjares tuve la horrible sensación de que la charla sería eso y nada más, una introducción muy leve de contenidos para una vasta audiencia, separada por su cotidianeidad de los profundos arcanos de los ambientes académicos.
De a poco, y a medida que los habladores abordaban el tema propuesto, las risotadas estentóreas de los comensales me convencieron sobre la ausencia de la razón en los debates que coronarían el encuentro.
Cuando llegó el turno de Chicoana y viéndolo subir al púlpito alzado sobre una de las esquinas del ámbito adornado con réplicas aumentadas de los viejos mapas de las Misiones Jesuíticas, con una numerosa cantidad de hojas en sus manos gastadas por las continuas búsquedas de fósiles y artefactos en las riberas del Salado, el cual – según su fanática opinión - es a nuestra historia como el Rubicón a la personal del gran Julio; respiré satisfecho: Habría de escuchar de sus labios una de aquellas conferencias magistrales que nos regalaba cuando dictaba Introducción a las Ciencias Antropológicas en la entrañable Facultad de Filosofía y Letras de la calle Independencia casi esquina Urquiza.
La seria y silenciosa atención de los convocados fue el marco exigido por la catarata de datos, razones, y proyecciones de su explicación, minuciosa exploradora del vasto continente de la convicción hecha palabra, y vencedora - en esta ocasión - del ausente componente visual de las diapositivas, que se ha convertido en el socio casi obligado de quienes dudan ya sobre aquello que afirma que al Principio fue el Verbo.
“El saludo amistoso es lo único que detiene a la lucha de clases – dijo al terminar – pues cuando un pobre de todas las cosas se enfrenta en la calle con un depositario de todas las que a él le faltan, el instinto le dice al menesteroso que se impone el deguello, o el paredón o la soga, pues la sospecha le indica que el privilegio de uno se funda en la necesidad del otro. Por ello, la mejor manera de salvar tal dramática situación es el saludo amistoso y sincero por parte del rico y el pobre, por un extraño mecanismo, - tal vez por aquél milagro de la bondad que en todos existe -, responde agradecido, pues siempre es lindo recibir los gestos del poder”.
El aplauso fue inmenso – ¿ un saludo al intelectual que bien podría estar dando la charla en un comedor social para indicarles a los desprotegidos cómo no caer en la trampa del saludo? – pues todos tenían sus alforjas llenas y eran quienes debían seguir las recomendaciones para evitar aquella lucha.
Una todavía hermosa señora se destacó entre quienes opinaron luego de los postres.
Su pregunta pretendió explorar las posibilidades de un saludo reiterado y se era o no conveniente convertirlo en un tipo de encuentro que tuviera mayor valor agregado y un determinado compromiso afectivo.
Chicoana sonrió y fue compasivo con la viuda reciente:
“Para tener un encuentro del tercer tipo, primero uno debe acostumbrarse a mirar la bóveda celeste, luego a nombrar las estrellas, después a saludarlas y por último tener el irresistible deseo de tocarlas”.
Cuando nos íbamos hacia nuestros hogares – en el viejo Citroen de Chicoana – el aparato dijo basta a unas diez cuadras de la estación de servicio más cercana: la nafta se había ido con los últimos pistoneos.
Cuando estábamos parados tratando de hallar una solución, tirando un viejo carromato repleto de cartones, un barbudo surgido de alguno de los cuentos de Dickens, se acercó a nosotros y como el vehículo lo obligó a realizar un esfuerzo adicional para esquivarlo hizo evidentes gestos de enojo.
Chicoana y yo lo saludamos con una sonrisa de oreja a oreja.
El hombre, con esa edad indefinida que da la mala traza, nos mandó al carajo.


Guillermo Compte Cathcart

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