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miércoles, 20 de mayo de 2015

Indiana Jones y el nacimiento de la Antropología

En una película de la extraordinaria saga, el personaje que interpreta Harrison Ford – en su juventud de ficción – se encuentra con un ladrón de tesoros arqueológicos, quien antes de fugarse – y viendo el potencial del jóven Indy – le regala su sombrero, uno de los íconos que – al igual que el látigo que pierde en su fuga – son cultemas del “profesor – aventurero – ladrón – héroe” que se hizo popular a lo largo y a lo ancho del mundo en varias películas muy taquilleras.
“Indiana Jones” es sinónimo de “antropólogo”.
Y su éxito deviene de la verdad histórica que encarna: la Antropología nació como una técnica al servicio del saqueo global del mundo. Una técnica del Imperialismo Cultural.
¿Cómo nació esta técnica?
Empíricamente, como la actual filosofía analítica de los países angloparlantes.

Supongamos a dos viajeros que logran que una determinada comunidad africana (o asiática o americana o europea no imperial) los acepte como huéspedes. 
Que logran establecer su relación sin ningún tipo de violencia original: Ni los viajeros imponen por la fuerza su presencia, ni tampoco son capturados o hechos prisioneros por los integrantes de la tribu.
Este es un hecho bastante atípico.
Porque , casi siempre, esta relación se ha establecido por un hecho violento anterior, directo o indirecto, que otorga a la visita cierto carácter de fuerza incontenible: Son los que han vencido a tal tribu, los dueños de los bastones de fuego, los que vienen de arriba del mundo, los intocables, etc, etc.
O son simples “comerciantes” que inician una invasión frustrada y se quedan como cautivos de los “salvajes”.
Los europeos, es decir, los británicos, anotan todo lo que ven. 
Ellos pertenecen a una Sociedad Geográfica londinense quien les paga el arriesgado viaje y además les dará un suculento premio cuando vuelvan al país natal y publiquen sus observaciones con un título como: “Azarosas aventuras de dos súbditos de su Majestad por la cuenca del río Tanga en el lejano y desconocido reino de los Mohabitas”.
Estos simpáticos rubios – por lo general, lo son - , lo primero que hacen es hacerse amigos de un niño o de alguien que no les parece, o no está, muy integrado a su tribu, sea por su edad, por su sexo o por sus condiciones físicas, culturales o económicas.
Alguien que prefiera, privilegie, el compensar esa falta de integración con su cultura a través del valor agregado que le otorga el contacto exclusivo – hábilmente promocionado por esos extranjeros “que sí lo entienden” – con los que vinieron de lejos.
Este clon  de “Gunga Din” – el cipayo que murió tocando la corneta en otro famoso film sobre los lanceros de Bengala – representa el impuesto más caro que pagó el agobiado “último mundo” a lo largo de su existencia.
Este amigo africano será en una primera etapa un excelente alcahuete y el encargado de salvar los papeles con la información recogida para entregarlos a los otros viajeros que vengan cuando la tribu decida comerse a los primeros que ya habían engordado lo suficiente.
Este amigo africano, con el tiempo y con sus descendientes, será la cámara de descompresión cultural para la constante penetración – lenta pero implacable – de la etnia que arbitrariamente he denominado “mohabita”.
Este amigo africano, gracias al cual los extranjeros son algo ya conocido y aceptado, es lo que vulgarmente el campo popular y nacional denomina cipayo, oligarca, vendepatria o cualquier otro sinónimo  creado por el pueblo para denunciarlo.
Estos “científicos” británicos anotan – por ejemplo – que cuando los hombres se pintan de amarillo, van a trabajar como bestias. Que cuando se pintan de rojo van al bosque y bailan durante tres días. Que cuando se pintan de verde, vienen y los matan por espías. Como es lógico presuponer, los futuros “viajeros” destruirán todo vestigio de pintura verde.
Así nació la Antropología. Toda dependencia tiene como fundamento la previa destrucción de la identidad cultural del pueblo a someter en aras de un “Universalismo Científico Superior” o una “Globalización Amigable”.
Gracias a la “ciencia universal” de esos gringos viajeros, que anotaban hasta la hora en la que el jefe de la tribu iba a orinar en la vasija sagrada, los británicos tuvieron un exacto conocimiento antropológico que les permitió dominar una gran parte del mundo, desde las perdidas chozas africanas hasta las insomnes noches de Malasia.
No debemos olvidarnos de los aburridos “estudiosos de la naturaleza”, quienes con sus trabajos sobre los recursos naturales fijaron las prioridades estratégicas del Foreign Office (La CIA británica de aquellos tiempos).
¿Es la ciencia neutral desde el punto de vista ético?
Según Aristóteles – quien participaba de los banquetes de Alejandro Magno y vivía del tesoro Imperial – la ciencia es neutral desde el punto de vista ético. Esa es la visión de Indiana Jones y Charles Darwin.
Según Platón – quien vivió desconociendo la calidad de los políticos que no fueran filósofos especialmente educados para gobernar y siempre alejado del poder – la ciencia no es neutral desde el punto de vista ético.
Ojalá algún día nazca otro antropólogo - un Chicoana Fuentes criollo - para salvar al mundo olvidado con un facón, unas boleadoras y el poncho tehuelche de Patoruzú  y que encarne las ideas del alumno de Sócrates.
 
Guillermo Compte Cathcart

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