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martes, 19 de mayo de 2015

Gudrid Thorbjarnardottir, la mujer que descubrió América.

Gudrid fue la primer mujer europea que tuvo un hijo
en esta tierra maravillosa.
Todos los años - con la constancia de los cerezos que explotan la primavera en las laderas del monte de la vida eterna, el Fuji – san, el símbolo sagrado del Japón – la polémica sobre el 12 de Octubre de 1492, se reaviva.
El Cristóbal Colón que supo ser - en la enseñanza oficial de mi niñez - el héroe que condujo con sus visiones juliovernianas  a las tres pequeñas carabelas por la Mar Océano - habitada por las monstruosas entidades de la superstición - para descubrir un Nuevo Mundo, ha pasado a ser un mísero corsario que ultrajó las puertas de un paraíso de criaturas inocentes y las sometió a la avaricia y el despotismo de "los europeos genocidas".
Según los cultores de esta reinterpretación de la gesta colonizadora – movidos en muchos casos por una gama de motivaciones que van desde el conseguir suculentos fondos de las organizaciones que se preocupan por respetar la diversidad cultural hasta la defensa de su ideología política o su creencia religiosa – los mayores profanadores de ese supuesto mundo idílico fueron los fanáticos católicos, quienes según el santoral quemaban, ahorcaban, linchaban, violaban y sometían a las poblaciones cuyo único pecado fue traer en cestos frutos exuberantes y grandes collares y pulseras de oro a los recién llegados en la Niña, la Santa María y la Pinta.


También "los papistas" fueron – según estos emisarios de lo políticamente correcto – los máximos responsables del tráfico de esclavos y del uso de las armas biológicas para exterminar a millones de seres humanos.
De los musulmanes, de los protestantes, de los otros credos, ni una palabra.
Desde la viruela hasta un simple resfrío eran suficientes para devastar a poblaciones enteras.
Esta verdadera Guerra del Estornudo mató a los mejores líderes de esta sociedad precolombina ideal y los sobrevivientes – al ser contagiados con las neurosis propias de los segundones hispanos - se convirtieron en esa masa melancólica y errabunda, cultora de la siesta perpetua estereotipada en la sombra santiagueña del algarrobo y debajo del inmenso sombrero mexicano.
Multitud incapaz de comprender a otras ideologías – también europeas, por supuesto – que sí son capaces de explicar científicamente – y dialécticamente - la historia.
Estos famosos reivindicadores de Moctezuma, Atahualpa y Tupac – Amaru, lenguaraces que hablan mejor la lengua extraña que la propia , despotrican contra el – por ellos denominado – “cabecita negra” cuando vota a un candidato populista (la nueva denominación de "peronista".
No creo que sea necesario desenmascarar a los vivillos – autodenominados caciques y a sus testaferros - que visitan los pasillos de las Naciones Unidas o de las fundaciones erigidas en los recovecos de la conciencia del primerísimo mundo, buscando unos pesillos – más que pesos, euros o dólares – para luchar en la recuperación de las tierras de sus ancestros, quienes – a decir verdad - las recorrían muy de vez en cuando para rematar a un venado viejo y cansado – fácil de cazar - y que estaba muy abajo como para sembrarla.
Todos los americanos – más allá del año de nuestra llegada y el nombre de nuestra tribu – somos inmigrantes.
Los que tenemos el valor agregado de haber nacido en este suelo debemos repudiar al personaje interpretado por el extraordinario Daniel Day Lewis en la fabulosa película “Pandillas de Nueva York” de Martin Scorsese.
No somos los dueños de América.
Para aportar otra pincelada al maravilloso muro de nuestra diversidad cultural, rindo un homenaje a mis ancestros a través de una breve narración.
Uno de mis abuelos, Olaf el Blanco (the white) , Rey de Irlanda, asoló con sus bandas vikingas el norte de Gran Bretaña hasta que los britones lo mataron. Su esposa – mi abuela – Aud (Unn) “la inclinada a tener pensamientos profundos” (the deep minded), hija de Ketil Flatnose, junto con el hijo de ambos, Thorstein el Rojo, conquistó gran parte de Escocia hasta que los celtas mataron a su primogénito.
Aud – una mujer terrible – viajó por el océano y colonizó Iceland (Islandia).
Allí, liberó a muchos de sus guerreros esclavos y les entregó tierras.
Uno de ellos fue el abuelo de Gudrid Thorbjarnardottir – quien influenciada por la historia de Aud, heroína infaltable en las narraciones orales vikingas de Iceland y Groenlandia – emprendió memorables viajes desde Vinland (Norteamérica) hasta Roma.
Gudrid se casó con Thorfinnur Karlsefni – uno de los nietos de Aud y uno de mis tíos abuelos – y ambos vivieron varios años en la colonia vikinga de Norteamérica y allí tuvieron a su hijo, Snorri, el primer europeo nacido en América, quinientos años de la llegada de Colón y sus marinos.
Los vikingos no insistieron. Los indios eran demasiado agresivos y difíciles de vencer. 
¿Qué les pasó cuando llegó la primer expedición española?
Los hijos de Thor eran más blancos que los mercenarios de la corona de Castilla, así que la famosa explicación de los dioses blancos no es válida. Si comparamos la bravura, tampoco vale la justificación: un vikingo común y corriente era el equivalente a varios españoles bien armados por más que su título fuera el de generalísimo.
La explicación habría que buscarla por el lado de la heterogeneidad de los pueblos y las culturas previkingas y precolombinas: Entre ellos también había guerras, dominadores y dominados, víctimas y genocidas, tiranos y esclavos, duros y blandos, fundamentalistas y dialoguistas.
No podemos seguir mirando nuestra historia con el ojo tuerto del prejuicio. 
Basta de ser mapuches contra Roca, olvidando el exterminio de los tehuelches a manos de los autodenominados “gente de la tierra”.
Pizarro y cuatro amigos del aguardiente terminaron con el Imperio Inca, y estos habían terminado mucho antes con otros pueblos de los que ni el nombre tenemos.
El 12 de Octubre debería ser el Día del Encuentro o – para ahorrarnos una fecha en el almanaque de la memoria, tan ocupada por las vicisitudes de la vida cotidiana – el Día de la Madre.
No olvidemos que el Monte Fujiyama, el bellísimo volcán cónico que recorre el mundo en postales multicolores, es en realidad tres volcanes.
Nuestra América, la maravilla más grande de la Tierra, es un río mágico al que nutren todas las culturas, todas las sangres y no podemos perpetrar el crimen de infartarlo con los diques de nuestra mediocridad.

Guillermo Compte Cathcart


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