El único de los maestros de Bohemundo que aún vivía en el año 1099, era Hugo, el gran abad de Cluny, a quien vió por primera vez en el año 1063 – cuando tenía nueve años de edad y viajó con Peter Damián a conocer a la Perla del Monasticismo – en un viaje de estudio ordenado por Desiderio e Hildebrand.
Estuvo en el monasterio unos pocos días y estableció una excelente relación con Hugo, amistad que duraría toda la vida, a pesar de Peter Damián – ninguno de los dos amigos tendría una buena relación con el discípulo de Romuald de Ravenna , a pesar de compartir muchos eventos históricos –, quien criticó durante todo el viaje de regreso a Montecassino, la vida fácil de la comunidad cluniacense, comparada con la vida del ermitaño, la manera más perfecta de seguir a Cristo, según él. Una y otra vez le repetía Peter, durante el largo viaje: - “ad eremun ergo, charissime fili, sub omni celeritare revertere, ne dum monasterialis adolescentiam tuam latitudo delectat, eremi districtio...in odium veniat”.
Fue Hugo, el Grande, quien le enseñó a Bohemundo, el inmenso valor que tenía para el cristianismo, la veneración de las reliquias de los santos.
Por esa predicación, aquella tarde del verano moribundo del año 1080, cuando visitó al Papa Gregorio VII en Roma, para rogar su bendición para la conquista del Imperio Bizantino, tuvo el privilegio de ser testigo de la redacción de la carta que el Santo Padre envió al Arzobispo Alfano I de Salerno, el 18 de Septiembre.
De todas las frases que en ella escribió Hildebrand, Bohemundo recordó hasta su lecho de muerte, el pedido que el Papa le hacía a su padre y a la princesa lombarda Sikelgaita, su segunda esposa, de construir en Salerno, una catedral para reverenciar las reliquias de San Mateo y, muy especialmente, el reconocimiento que hacía Gregorio, de la dedicación de Alfano y la importancia de su hallazgo: “No sin razón te doy las gracias, querido Hermano, por haber dado los pasos tan cuidadosamente, acciones que nos permitieron la alegría de haber recuperado a nuestro héroe evangélico, beneficio revelado por el Paraíso y no dudo que mantendrás el augusto cuerpo de Mateo a resguardo, para su permanente veneración”.
Esa tarde, en el mismo momento que el pontífice dictaba el texto a un escriba, Bohemundo, juró recuperar las reliquias de los santos cristianos en manos de los herejes y sus cómplices.
Desiderio, quien los acompañaba, miró a Hildebrand y ambos sonrieron.
El año siguiente, de cara al Adriático, en el santuario de San Nicolás, en las cercanías de Durazzo, terminada la gran batalla, Roberto de Grantmesnil, espontáneamente le daría el nombre del primer santo que debería recuperar para la Iglesia Católica: Santa Claus.
Poco antes de morir, Bohemundo haría una intensa peregrinación por los pueblos de Francia, entregando en distintos monasterios, cabellos de la Virgen María, recuperados en Tierra Santa. (Gira que explica la inmensa popularidad de sus hazañas y la gran cantidad de niños con su nombre).
Por todo esto, en homenaje a sus amados amigos, en 1099, fundó el monasterio de San Nicolás del Casole , cerca de Otranto, y nombró como primer Abad a Igumeno Giuseppe, uno de los dos monjes espías que envió con el comando que rescató a San Nicolás de su prisión bizantina-musulmana en 1087 y que cumplió exitosamente su misión, haciendo una perfecta descripción de la ruta a Antiochía y las fortificaciones enemigas que custodiaban los caminos. Mapa que le permitió coronar con éxito su participación en el desarrollo de la Primer Cruzada. (No olvidemos que fue su principal gestor y quien hizo las cruces rojas para que sus guerreros las usaran sobre sus pechos).
Junto con Igumeno, Bohemundo redactó la Regla (el Typikon) que debían seguir los monjes del nuevo monasterio: las procesiones, las fiestas patronales, el hora a hora del Día Monástico, el órden de las comidas...No en vano fue educado en Montecassino, el Hogar de San Benito, el creador del monasticismo occidental, un eco de Pachomius, el amigo del Santa Claus de carne y hueso, el hijo adoptivo de Helena, la madre de Constantino, el Creador de la Iglesia Imperial.
El monasterio fundado por Bohemundo es cuna de la lengua italiana y esa es otra historia digna de ser relatada en otros libros.
Bohemundo y su amigo Elía, quien llegó a ser Arzobispo de Bari, seleccionaron personalmente a los caballeros y a los marinos y a los dos espías que formaron parte de la “operación rescate” de Santa Claus.
La “historia oficial” siempre habla de los “marineros de Bari”, como si los normandos y la Iglesia Católica no tuvieran nada que ver con el asunto.
Los hechos que se relatan en este Libro de Madera, mas la primer visita del Cardenal Ratzinger a Bari, como el actual Papa Benedicto XVI, (y el uso del camauro y la mozzeta , el pallium y el Anillo del Pescador) y sus palabras: “Afortunada Bari, que preservas los huesos de San Nicolás”, no dejan lugar para las dudas.
Ante los sorprendidos monjes bizantinos, que custodiaban en Mira, dentro del templo, las reliquias de Nicolás, los cruzados de Bohemundo y Desiderio, dijeron:
"Míren, nosotros no hemos desembarcado por nuestra propia voluntad, nos han enviado el Papa de Roma y Bohemundo, el señor de Bari, nuestra ciudad, quienes nos ordenaron la misión de llevar los restos de San Nicolás sin demoras ni pretextos, pues el mismo santo en persona se le apareció en una visión a nuestro Víctor III, para que esto, ASI SEA".
Y, a pesar de todo esto, en nuestro país todavía hay giles que afirman que Santa Claus es un invento yanki!
Guillermo Compte Cathcart
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